jueves, 18 de junio de 2020

¿QUÉ DICEN LOS EVANGELIOS SOBRE LA PIEDAD?

Algunos han definido a Jesús como un hombre “piadoso y liberal”. Es decir: él fue un judío piadoso con Dios y con las personas sin dejarse atrapar por la rigidez de los mecanismos religiosos. En aquella sociedad pensar en un judío ajeno a la piedad resulta difícil porque la piedad era el rostro visible de la fe en Dios.

Pero, por extraño que parezca, Jesús ha puesto el amor por encima de la piedad. Su ideal evangélico no es ser practicante piadoso de una religión, sino llegar a amar al otro con una amor de entrega total. Esto es algo que va más allá de los límites de la piedad.
  • No deja de ser sorprendente que, para Jesús, la piedad ha de ejercerse “en lo secreto” (Mt 6,6). Si la piedad se airea, si se hace para que aplaudan las personas, si tiene intenciones larvadas de poder y de honor, ha perdido todo su valor.
  • La piedad ha de ejercitarse, sobre todo en el caso de la caridad, en una especie de anonimato saludable, sin que la izquierda sepa lo que hace la derecha (Mt 6,3). La mucha publicidad desvirtúa los valores de la piedad. Alardear de ser piadoso es mostrar aquello de lo que en realidad careces.
  • Para Jesús la principal obra de piedad ha de realizarse con el cuerpo de los frágiles, de aquellos que están caídos en el camino (Lc 10,25-37). Si el cuerpo necesitado del otro no nos conmueve, si no suscita piedad en el fondo del corazón, no sirven de nada las formas de piedad que adopte nuestra religión.
  • La piedad, pues, como todos los elementos de la espiritualidad del reinado de Dios está sometida a la humanidad: sin humanidad no puede haber piedad.

Texto: Mt 2,37-39: «¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí, vuestra casa se os deja desierta. Porque os digo que desde ahora en adelante no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor».
  • Es un texto tardío pero que quizá refleja algo que es difícil que lo sintamos nosotros, que no somos judíos: la piedad por la ciudad de Dios a la que se ama entrañablemente. Ante la ciudad que se desvía del camino marcado por Dios, Jesús siente una piedad honda que se enfrenta a la “criminalidad” con que se despacha a profetas y enviados. Una ciudad para la paz que engendra violencia. ¡Cómo no sentir piedad por ella! Sentir piedad por la propia ciudad.
  • Esa piedad es la que le hace poner esa metáfora de la gallina que cobija bajo sus alas a los pollitos. Se ha rechazado el amparo de Dios porque el corazón de la ciudad se ha vuelto duro y cruel. No hay sitio en la ciudad para la piedad y la compasión. En lugar de ser una ciudad de humanos se ha convertido en un lugar de inhumanidad.
  • Por eso, la falta de piedad va a llevar a la inhumanidad y ésta a que la ciudad quede desierta, sin futuro, sin horizonte. Una vida ciudadana sin esperanza donde vivir dentro de la ciudad se ha convertido en una lucha. No se habla aquí de la piedad religiosa, sino de algo más básico: la piedad humana suficiente para vivir como personas. Una ciudad sin esa piedad es un desierto, un lugar de fieras.

Aplicación: Para tener piedad de la ciudad en la que uno vive habría que, en expresión del papa Francisco, “ver la ciudad con los ojos de Dios”. Es decir, una mirada lleva de ciudadanía, de piedad y de implicación.

En EG 73 subraya cuatro puntos que, de entrada, merecen nuestro interés para leer la realidad ciudadana desde una piedad humanizadora:
  1. Se sorprende el papa de que la revelación diga que “la plenitud de la humanidad y de la historia se realice en una ciudad” (Ap 21,2-4). Siendo, como es, el hecho bíblico, en su conjunto, una realidad rural, por razones socioculturales, en su imaginario, las ciudades ocupan un lugar significativo primordial.
  2. Dice el papa, y causa un poco de sorpresa, que es preciso mirar la ciudad “con mirada contemplativa”. Y dice qué entiende por tal: “Descubrir al Dios que habita en los hogares, en sus calles, en sus plazas”. Un Dios ciudadano, urbanita, vecino del barrio.
  3. Por otra parte, la acción de Dios cobra rostro en la promoción de los valores humanos: “Dios vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia”. El rostro de Dios son los valores primordiales, humanos, básicos.
  4. Una certeza está siempre en el fondo: “Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con corazón sincero, aunque lo hagan a tientas, de manera imprecisa y difusa”. El ocultamiento de Dios no conlleva la imposibilidad del encuentro con él.
Esta manera de leer el hecho ciudadano desde la piedad puede contribuir a elevar el nivel de ciudadanía y a poner carne a la piedad religiosa que uno puede llevar dentro de su vivencia de fe.

Fidel Aizpurúa

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