jueves, 25 de junio de 2020

HERMANO, HERMANA: DON Y TAREA

“Qué hermoso es vivir los hermanos unidos” dice el salmo 133. Y así es en efecto. Acompañar y ser acompañado en el camino de la vida, de la fe, es una de las experiencias más ricas de la vida. Caminar unidos a otras personas en un proyecto común, trabajar codo con codo en la tarea, sea ésta la que sea, nos hace sentirnos arropados y animados; es decir, nos sentimos más. Es una de las vocaciones de nuestra condición humana: ser hermanos, ser hermanas. La hermana, el hermano es un don impagable.

Junto a lo anterior, también se dejan ver las dificultades que nacen en todo camino fraterno. Somos distintos, tenemos diferentes caracteres, historias personales, percibimos de diverso modo las cosas. Todo esto nos exige madurez para saber sobrellevar las diferencias. En el transcurso del tiempo aparecen también los conflictos de convivencia por mil razones. Además, dichos conflictos son inevitables por mucho esmero que pongamos en evitarlos. No es fácil saber encaminarlos de modo satisfactorio. También hay que contar con nuestros egoísmos, nuestras torpezas, esos atascos inesperados que son obstáculo para la fraternidad. El hermano, la hermana es trabajo arduo.

Si sólo vivimos la parte del don, si únicamente reparamos en los aspectos satisfactorios de ser hermanos, hermanas, nos estamos engañando porque no asumimos la otra parte de la realidad. Si, al contrario, sólo somos capaces de ver lo dificultoso y trabajoso de la realidad, se nos hace imposible vivirlo y nos rendimos. La solución para poder vivir la fraternidad tampoco es el fruto de la media entre don y tarea. El fundamento para vivir al hermano y la hermana está en Dios. De él recibimos en verdad ese don y esa tarea de la fraternidad.

Carta de Asís, junio 2020

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