Otro año más una travesía por los Pirineos espectacular, esta vez en el Parque Madaleta-Posets. Y siempre vuelvo con la misma sensación: no me da ninguna envidia los que van a Copacabana, Nueva York o Thailandia. Es tan maravillosa esa naturaleza salvaje, inhóspita, bestia, impresionante…
Pero además, en las caminatas, silenciosas y serenas, cuando uno llega por algún instante fugaz a dejarse empapar por el paisaje, descubre que la naturaleza habla, que la vida habla, que Dios habla…
Y no sólo eso, sino que cada uno de esos acontecimientos son un regalo para ti: el regalo del fluir infinito del agua en aquel arroyo de Biadós, con sus caprichosas formas y su increíble plasticidad; el regalo de los campos de lirios, preciosos en su conjunto y delicados, frescos y elegantes si te acercas; el regalo de los arroyos con sus cascadas que unas veces alimentan ibones y otras los desaguan; la dura montaña de 3.000 metros que en su roca estratificada se muestra salvaje, intratable, incontrolable; la florecita insignificante con un azul tan peculiar que te dan ganas de decir: “¿quién la ha pintado esta noche?”; las frambuesas, anavias, fresitas, que se te regalan en el camino con su frescor tan ‘a mano’; el regalo de la empinada cuesta que, aunque parezca infinita, se supera poco a poco con la zancada cansada pero constante; los valles que camino al collado, en su amplitud muestran sus contrastes de bosques, pradera, roca; los ibones que son un regalo para los abrasados pies si no hace mucho calor, y para todo el cuerpo si el sol te quema; los regalos al encontrarte con rebecos, marmotas, pajarillos a 2.000 metros, ranitas, renacuajos, ardillas, pececillos en un ibón helado, aves sin nombre, culebrillas, escarabajos, florecillas en un paisaje lunar de árida roca; el regalo de una compañía alegre, positiva, cercana, divertida; el refugio con más o menos ¡agua caliente!, con más o menos compañeros de dormitorio, más o menos ruidosos; el regalo de las nubes que juegan a los personajes, del cielo azul -como su perro- de la lluvia o granizo, del sol o el fresquito mañanero…
¡Qué bueno volver a descubrir que la vida se te regala!, que no tienes todo planeado, controlado, producido por ti; ¡qué bueno volver a encontrarte con la vida en primera fila! sin distracciones, con la intensidad y la sencillez que da la autenticidad. ¡Qué bueno que todavía queden espacios donde vivir todo esto, donde la naturaleza habla, donde Dios te susurra!