miércoles, 31 de julio de 2019

VIVENCIA GOZOSA DE DIOS

Jesús, en la última cena les dice a sus discípulos: “Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea pleno” (Jn 15,11).

No sé si hemos aprendido a gozar de Dios, o mejor dicho, no sé si hemos gozado a Dios de tal manera que se nos ha hecho auténtica Vida con mayúsculas.

A Dios lo pensamos mucho, nos hemos vuelto muy cerebrales, queremos saber muchas cosas sobre Él. Incluso tenemos una imagen mucho más positiva que antaño. Pero eso no siempre nos ha llevado a vivirlo así. Hay un salto muy grande de nuestro pensamiento a la relación personal. Es importante pensar bien de Dios, pero mucho más importante es vivirlo.

Como si la imagen positiva surgiera de nuestro pensamiento pero no de la vivencia, de la relación. Con lo cual esa imagen, aunque sea positiva, no afecta a nuestra vida, y seguimos en ella inmersos en nuestros miedos, en nuestros quebraderos de cabeza, en nuestras búsquedas de felicidad. Porque Dios no se ha vuelto para nosotros en fuente de vida, de gozo.

Jesús insiste mucho en esto. Para él es esencial que alejemos nuestros temores, y aprendamos a confiar con auténtica inocencia, como los niños, o como los pecadores y las prostitutas, que sabiéndose sin ningún derecho confían en la misericordia de Dios como el hijo pródigo.

Y a Jesús, cuando comienza a hablar del Padre, le sale la ternura y el gozo por todos los poros. Le da gracias por cómo hace las cosas y se las revela a los pequeños, le pide por cada uno de los suyos, alaba su bondad porque hace llover sobre buenos y malos, se admira de que su Padre trabaja siempre, se confía a Él retirándose continuamente a orar, e incluso en sus momentos más trágicos se pone en sus manos, aunque tenga la sensación de que le ha abandonado.

Es hora de pasar a Dios del pensamiento a la vida, al corazón, a nuestro centro personal. Es hora de descubrir el gozo de la vida con Dios.
Carta de Asís, julio 2019

jueves, 25 de julio de 2019

UNA FANTASÍA DE HÉROE

Cuando de pequeño iba a misa, muchas veces mi cabeza desconectaba de lo que se celebraba y comenzaba a imaginar historias que ocurrían, allí mismo, en el templo. Una de las aventuras que más se repetían en mis fantasías, consistía en que personas armadas entraban en la iglesia atemorizando a los fieles. Entonces surgía el pequeño Javier que entre saltos, piruetas, golpes certeros y una agilidad pasmosa desarmaba a “los malos” y salvaba a los asistentes de esa eucaristía.

Creo que esta tendencia a imaginarse como héroe no es una “neura” mía, sino que todos la hemos vivido, y de hecho, nos atrae especialmente cuando aparece en las películas: como cuando el pequeño Frodo Bolson consigue destruir el anillo y vencer al malvado Sauron; o el caso del frágil Harry Potter o el de la historia del huérfano que se convierte en Spiderman.

Seguro que hay un elemento de narcisismo en esta atracción por el personaje del héroe pero también puede haber algo más hondo. Cuando decimos que Dios “nos eligió” (Ef 1, 4) expresamos algo parecido: que somos elegidos, que cada uno de nosotros estamos llamados para una misión, que nuestra vida tiene un objetivo. Y continúa diciendo la carta a los Efesios: “Él [Dios] nos eligió para que fuésemos santos (…) nos ha destinado a ser sus hijos”, es decir estamos llamados a algo grande, tenemos en el fondo de nuestro ser una llamada al absoluto, una atracción por lo definitivo, un impulso hacia lo más importante. Es como que todo nuestro ser empatiza, sintoniza, cuando algo conecta con el sentido último. Porque ¿puede haber mayor héroe o superior grandeza que vivir como santo* o hijo de Dios?

*Santo: el que vive el momento presente colmándolo de amor (Papa Francisco)

Javi Morala. capuchino 

martes, 23 de julio de 2019

URBASA

No es tarea fácil describir lo que es Urbasa. Es complicado explicar las miles de cosas que hacemos aquí, y de todo lo que ellas significan.

Todo empieza, cuando tras unos juegos de presentación, nos vamos conociendo y se hacen los grupos de trabajo, grupo con el que toda la semana iras realizando las tareas, desde fregar los platos, a preparar oraciones.

Comencemos por el principio, la mañana. Si tu grupo no pone el desayuno, podrás dormir un poquito más, pero cuidado, no llegues tarde porque si no ganarás el temido oso perezoso. La habitación que tenga más osos perezosos tiene que fregar el último día ¿No querrás ser la habitación afortunada?

Una vez acabado el desayuno, nos preparamos para hacer una caminata, que dura toda la mañana (salvo un día, que hacemos un voluntariado en la sierra) con nuestro trabajo de limpieza intentamos agradecer a la sierra todo lo maravilloso que nos regala. En las caminatas, disfrutamos plenamente del paraíso natural que es Urbasa, y de nuestro almuerzo típico: chocolate, cacahuetes y galletas.

Al regresar a la casa, echamos un piscinazo y comemos. Las comidas son el momento perfecto para hacer un momento pinza, un juego en el que debes estar atento a las preguntas que te hacen y procurar responder con el nombre de la otra persona. Si tienes la pinza en ese momento, te ganaras un minipunto. El que más minipuntos tenga, dará el famoso discurso de Urbasa el último día. Muy importante, ¡no puedes pasar la pinza en las oraciones, talleres, ni a la hora de dormir!

Las tardes, disfrutamos con el tiempo libre, dinámicas con contenido que nos hacen reflexionar sobre diversos temas y los talleres, para hacerle nuestro regalo al amigo invisible. También tenemos una salita para poder escribirle notas en secreto a nuestro amigo invisible y sepa lo mucho que le queremos en secreto.

Luego llega la hora de la oración, un momento para reflexionar, pensar y profundizar en diversos temas todos juntos. Un momento, para abrirse, si uno quiere, a los demás. Y por fin llega la cena, y si hay suerte, podemos disfrutar de la noche con una velada haciendo algún juego. Entonces, una vez acabada, nos preparamos para ir a la cama y estar con fuerzas al día siguiente.

Urbasa es mucho más que un campamento, es una familia que se va forjando cada día de la semana.
Rafa Carramiñana

sábado, 20 de julio de 2019

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… ser incluyentes con los que son diferentes a mí. En el corazón de Cristo no hay distinciones y no podemos por tanto, discriminar al prójimo por ninguna razón y circunstancia.

El humanismo que siempre ha emanado desde el cristianismo y que está presente en cada persona de buena voluntad, no dispone al gustillo de la vida ajena, de todo lo que es y hace Dios en el otro. El humanismo franciscano, es mucho más que una doctrina o sistema de pensamiento, es una comprensión de la vida, un estilo de vida, un comportamiento y un modo de tratar y de comprender al mundo, a todos los seres y a los otros.

Somos hombres y mujeres, diferentes entre sí y nos relacionamos de mil maneras y cada uno, no queda afuera del hecho de haber sido creadas por Dios Uno y Trino: amadas por el Padre, redimidas por Jesucristo y sustentadas por Espíritu Santo en una fraternidad universal.

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, tratar de ver a los demás sin juicio ni prejuicio. No importa su sexo, edad, color, religión o raza; no importa su belleza, riqueza o su orientación o condición sexual; es tratar de comprender a cada persona más allá del sentido utilitario, estético, romántico y político. Este enfoque sobrepasa el racionalismo y el discurso ideológico: La experiencia franciscana es una experiencia fraterna de la vida y de la existencia personal y comunitaria frente a los hombres, los seres, las cosas, frente a los acontecimientos y frente a Dios. Es un modo vital de realizar la paz, la justicia y la ecología, como experiencia y como perspectiva, como cultura y como utopía, haciendo vida la exhortación de San Francisco: «Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada detrás de él, que no pueda decir con caridad delante de él.» (Adm. 25)

espirituyvidaofm.wordpress.com

miércoles, 17 de julio de 2019

VERANO, TIEMPO DE SENCILLEZ

Me llamó la atención el titulo de un breve artículo: “¿Por qué tenemos miedo a ser sencillos?”. Me llamó la atención porque quienes vivimos nuestra vida desde la espiritualidad franciscana consideramos la sencillez como un valor y como un deseo, aunque no siempre lo hagamos realidad en nuestra vida.

A medida que van pasando los años somos conscientes de que hemos construido una sociedad demasiado complicada. Nos parece que antes todo era más fácil, sencillo y natural. Ahora nos vamos llenando de burocracia, protocolos, “papeleos”, etc. La misma tecnología, que parecía que nos iba a simplificar la vida, no ha tenido ese efecto, sino el contrario. Nos facilita muchas cosas, pero también la complica y va dejando en la cuneta a personas que no tienen fácil acceso a ella. No es extraño que en nuestras conversaciones acabemos concluyendo: Pero, ¡qué complicada es o hacemos la vida!

Creo que el tiempo de verano nos puede ayudar a orientarnos desde la sencillez. De alguna manera deseamos desconectar del ritmo diario, de horarios, agobios, prisas, etc. Quisiéramos vivir de manera más lenta y tranquila, saboreando el tiempo, contemplando la belleza y las cosas que suceden cada día.

Quien escribe el articulo al que hago referencia indica que “el arte de ser sencillo nos ayuda a poner a las cosas y a las personas en sus lugares, revelando también cuál es nuestro lugar en la existencia”. Afirma también que “la sencillez descomplica y nos hace ver los hechos con menos “ego” de nosotros mismos, sin elegir culpables para nuestras propias frustraciones”.

En nuestra imaginación creemos que “la salvación” y nuestro acierto nos viene de algo grande, llamativo, deslumbrante o que destaque por encima de los demás. Sin embargo, tenemos que recordar las palabras de San Francisco de Asís en el Saludo a las Virtudes: ¡Salve, reina sabiduría!, el Señor te salve con tu hermana la santa pura sencillez…La pura santa sencillez confunde a toda la sabiduría de este mundo y a la sabiduría del cuerpo. San Francisco enlaza la sabiduría con la sencillez. El tiempo de verano tal vez nos ayude a saborear o descubrir la sabiduría de la sencillez a la hora de mirarnos, de decidir y planear, y sobre todo, en el momento de comprendernos a nosotros mismos ya los demás.
Benjamín Echeverría, capuchino