A medida que van pasando los años somos conscientes de que hemos construido una sociedad demasiado complicada. Nos parece que antes todo era más fácil, sencillo y natural. Ahora nos vamos llenando de burocracia, protocolos, “papeleos”, etc. La misma tecnología, que parecía que nos iba a simplificar la vida, no ha tenido ese efecto, sino el contrario. Nos facilita muchas cosas, pero también la complica y va dejando en la cuneta a personas que no tienen fácil acceso a ella. No es extraño que en nuestras conversaciones acabemos concluyendo: Pero, ¡qué complicada es o hacemos la vida!
Creo que el tiempo de verano nos puede ayudar a orientarnos desde la sencillez. De alguna manera deseamos desconectar del ritmo diario, de horarios, agobios, prisas, etc. Quisiéramos vivir de manera más lenta y tranquila, saboreando el tiempo, contemplando la belleza y las cosas que suceden cada día.
Quien escribe el articulo al que hago referencia indica que “el arte de ser sencillo nos ayuda a poner a las cosas y a las personas en sus lugares, revelando también cuál es nuestro lugar en la existencia”. Afirma también que “la sencillez descomplica y nos hace ver los hechos con menos “ego” de nosotros mismos, sin elegir culpables para nuestras propias frustraciones”.
En nuestra imaginación creemos que “la salvación” y nuestro acierto nos viene de algo grande, llamativo, deslumbrante o que destaque por encima de los demás. Sin embargo, tenemos que recordar las palabras de San Francisco de Asís en el Saludo a las Virtudes: ¡Salve, reina sabiduría!, el Señor te salve con tu hermana la santa pura sencillez…La pura santa sencillez confunde a toda la sabiduría de este mundo y a la sabiduría del cuerpo. San Francisco enlaza la sabiduría con la sencillez. El tiempo de verano tal vez nos ayude a saborear o descubrir la sabiduría de la sencillez a la hora de mirarnos, de decidir y planear, y sobre todo, en el momento de comprendernos a nosotros mismos ya los demás.
Benjamín Echeverría, capuchino
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