Creo que esta tendencia a imaginarse como héroe no es una “neura” mía, sino que todos la hemos vivido, y de hecho, nos atrae especialmente cuando aparece en las películas: como cuando el pequeño Frodo Bolson consigue destruir el anillo y vencer al malvado Sauron; o el caso del frágil Harry Potter o el de la historia del huérfano que se convierte en Spiderman.
Seguro que hay un elemento de narcisismo en esta atracción por el personaje del héroe pero también puede haber algo más hondo. Cuando decimos que Dios “nos eligió” (Ef 1, 4) expresamos algo parecido: que somos elegidos, que cada uno de nosotros estamos llamados para una misión, que nuestra vida tiene un objetivo. Y continúa diciendo la carta a los Efesios: “Él [Dios] nos eligió para que fuésemos santos (…) nos ha destinado a ser sus hijos”, es decir estamos llamados a algo grande, tenemos en el fondo de nuestro ser una llamada al absoluto, una atracción por lo definitivo, un impulso hacia lo más importante. Es como que todo nuestro ser empatiza, sintoniza, cuando algo conecta con el sentido último. Porque ¿puede haber mayor héroe o superior grandeza que vivir como santo* o hijo de Dios?
*Santo: el que vive el momento presente colmándolo de amor (Papa Francisco)
Javi Morala. capuchino
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