El humanismo que siempre ha emanado desde el cristianismo y que está presente en cada persona de buena voluntad, no dispone al gustillo de la vida ajena, de todo lo que es y hace Dios en el otro. El humanismo franciscano, es mucho más que una doctrina o sistema de pensamiento, es una comprensión de la vida, un estilo de vida, un comportamiento y un modo de tratar y de comprender al mundo, a todos los seres y a los otros.
Somos hombres y mujeres, diferentes entre sí y nos relacionamos de mil maneras y cada uno, no queda afuera del hecho de haber sido creadas por Dios Uno y Trino: amadas por el Padre, redimidas por Jesucristo y sustentadas por Espíritu Santo en una fraternidad universal.
Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, tratar de ver a los demás sin juicio ni prejuicio. No importa su sexo, edad, color, religión o raza; no importa su belleza, riqueza o su orientación o condición sexual; es tratar de comprender a cada persona más allá del sentido utilitario, estético, romántico y político. Este enfoque sobrepasa el racionalismo y el discurso ideológico: La experiencia franciscana es una experiencia fraterna de la vida y de la existencia personal y comunitaria frente a los hombres, los seres, las cosas, frente a los acontecimientos y frente a Dios. Es un modo vital de realizar la paz, la justicia y la ecología, como experiencia y como perspectiva, como cultura y como utopía, haciendo vida la exhortación de San Francisco: «Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada detrás de él, que no pueda decir con caridad delante de él.» (Adm. 25)
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