domingo, 30 de diciembre de 2018

¿QUÉ FAMILIA?

Hoy es el Día de la familia cristiana. Una fiesta establecida recientemente para que los cristianos celebremos y ahondemos en lo que puede ser un proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús.

No basta defender de manera abstracta el valor de la familia. Tampoco es suficiente imaginar la vida familiar según el modelo de la familia de Nazaret, idealizada desde nuestra concepción de la familia tradicional. Seguir a Jesús puede exigir a veces cuestionar y transformar esquemas y costumbres muy arraigados en nosotros.

La familia no es para Jesús algo absoluto e intocable. Más aún. Lo decisivo no es la familia de sangre, sino esa gran familia que hemos de ir construyendo los humanos escuchando el deseo del único Padre de todos. Incluso sus padres lo tendrán que aprender, no sin problemas y conflictos.

Según el relato de Lucas, los padres de Jesús lo buscan acongojados, al descubrir que los ha abandonado sin preocuparse de ellos. ¿Cómo puede actuar así? Su madre se lo reprocha en cuanto lo encuentra: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús los sorprende con una respuesta inesperada: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?».

Sus padres «no le comprendieron». Solo ahondando en sus palabras y en su comportamiento de cara a su familia, descubrirán progresivamente que, para Jesús, lo primero es la familia humana: una sociedad más fraterna, justa y solidaria, tal como la quiere Dios.
José Antonio Pagola

sábado, 29 de diciembre de 2018

EJERCICIOS DE RENUNCIA

¿Nos imaginamos a alguien que propugne la renuncia como camino de felicidad? No tendría muchos seguidores en nuestro mundo del bienestar. Sin embargo, nuestra vida está llena de renuncias. Generalmente las vivimos como fatalidad de nuestra limitación, porque no tenemos más remedio. ¿Quién en su sano juicio hace una renuncia si no es para obtener algo más valioso? Renuncio a la comida para mantener el cuerpo en forma; dejo de fumar para llevar una vida más saludable; no gasto todo el dinero que podría para asegurarme un poco el futuro. Y sin embargo, la vida nos da y nos quita salud, poder, lugares, bienes...

Podemos vivir las renuncias como fatalidad o desde la libertad. Ciertamente, se da una fase dolorosa por la pérdida de algo que tenía y ya no tengo (salud, físico, habilidades, posiciones, oportunidades...). Pero también es verdad que me es posible vivirlas desde la libertad; no sólo porque no tenga más remedio, sino porque hago un proceso por el que, al final del cual, asumo la pérdida. Es decir, he sufrido la pérdida pero yo no me he hundido con lo perdido. Esto lo podré elaborar si busco humildemente los fondos que me sostienen en la vida más allá de lo perdido. Estos trabajos siempre cuestan de primeras, pero nos ayudan a vivir con mayor libertad que cuando poseíamos lo ahora perdido.

Más incluso. Podría hacer algún que otro ejercicio de renuncia activa de objetos, lugares, sueños... porque, sabiendo que ya no me sirven o no son posibles o no me convienen quizá, aún los vivo como posesión mía. Quizá tenga que hacer un pequeño proceso de cierto duelo, pero así ejerceré mi libertad ante mí mismo. Estaré pasando a una nueva fase de mi vida sin esas realidades que han estado presentes hasta ahora.

La vida misma y Dios en ella, nos llevará por caminos de renuncia y desapropiación. Podemos vivirlos como fatalidad, pero también como caminos de libertad amorosa, donde lo más valioso no es lo que tengo sino a quién amo y por quién soy amado.

Carta de Asís, diciembre 2018

martes, 25 de diciembre de 2018

¡FELIZ NAVIDAD!


“Si yo hablara con el emperador, le suplicaría que, por amor de Dios y en atención a mis ruegos, firmara un decreto ordenando que ningún hombre capture a las hermanas alondras ni les haga daño alguno; que todas las autoridades de las ciudades y los señores de los castillos y en las villas obligaran a que, en la Navidad del Señor de cada año, los hombres echen trigo y otras semillas por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tanta solemnidad, todas las aves y, particularmente las hermanas alondras, tengan qué comer; que, por respeto al Hijo de Dios, a quien tal noche la dichosa Virgen María su Madre lo reclinó en un pesebre entre el asno y el buey, estén obligados todos a dar esa noche a nuestros hermanos bueyes y asnos abundante pienso; y, por último, que en este día de Navidad, todos los pobres sean saciados por los ricos” (San Francisco, Leyenda de Perusa, 14).

domingo, 23 de diciembre de 2018

CREER DE OTRA MANERA

Estamos viviendo unos tiempos en que, cada vez más, el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Ya J. H. Newman anunció esta situación cuando advertía que una fe pasiva, heredada y no repensada acabaría entre las personas cultas en indiferencia, y entre las personas sencillas en superstición. Son muchas las cosas a pensar con más rigor, pero, tal vez, lo primero es aclarar algunos aspectos esenciales de la fe.

La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos hablan o predican de Dios. Cada uno sólo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros. Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más propia y personal. Ésta es la primera pregunta: ¿Yo creo en Dios, o en aquellos que me hablan de Él?

En la fe no todo es igual. Hay que saber diferenciar lo que es esencial y lo que es accesorio, y, después de veinte siglos, hay mucho de accesorio en el cristianismo actual. La fe del que confía de verdad en Dios está más allá de las palabras, las discusiones morales y las normas eclesiásticas. Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones. Ésta puede ser la segunda pregunta: ¿,Confío en Dios o me quedo atrapado en otras cuestiones secundarias?

En la fe lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero, terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón, viviré amando y perdonando. Ésta puede ser la pregunta: ¿En qué Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesucristo?

La fe, por otra parte, no es una especie de «capital» que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y de amor a cada ser humano.

María es el mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su corazón y vive abierta a sus designios de salvación. Su prima Isabel la alaba con estas palabras memorables: «¡Dichosa tú que has creído!» Dichoso también tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida.

José Antonio Pagola

jueves, 20 de diciembre de 2018

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… ser uno mismo. Podemos llegar a pensar, como muchos, que necesitamos convertirnos en una especie de copia al carbón de San Francisco de Asís, en ser un remedo donde copiemos sus gustos, estilos y sus aproximaciones místicas al pie de la letra. Ser franciscano no es entrar en un molde, sino vivir la vocación de ser un mismo bajo guía de los parámetros propuestos por San Francisco, es decir, vivir en fidelidad al santo Evangelio.

Los pasos de San Francisco fueron únicos en primera instancia porque él es único. El nos presenta un camino, pero él no es el camino. El apunta el cómo se puede vivir en observancia del Santo Evangelio, dentro de la Iglesia y reconociendo al único Dios Trino y verdadero. Francisco no nos pide que pongamos atención a su dedo, sino a lo que apunta, que es a Cristo.

En los 800 años de vida del carisma franciscano han habido innumerables testimonios de fe y cada uno tan diferente del otro: La familia franciscana ha estado y está conformada por hombres y mujeres, religiosos y seglares; solteros y casados, jóvenes y ancianos, plebeyos y nobles, mendigos y reyes; intelectuales, científicos y místicos y así todos, en basta diversidad, somos miembros de una misma familia y tan franciscano es el uno como el otro. ¡Qué verdad tan bella!

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, caminar con nuestros propios pies. Ser uno mismo, pero luchando por ser la mejor versión de uno mismo y poner nuestros talentos personales al servicio de Jesús y su Evangelio para el bien de los demás, en un constante camino de conversión, desde nuestra propia personalidad y libertad.
espirituyvidaofm.wordpress.com 

martes, 18 de diciembre de 2018

NAVIDAD DE DIGNIDAD

Todos sabemos que Francisco de Asís tenía un amor especial por el misterio del nacimiento del Señor. Muchos le atribuyen el honroso título de “fundador de los belenes”, aunque la escena de Greccio no sea propiamente la construcción de un belén, sino la contemplación del misterio de la encarnación pobre de Jesús. Y es que para Francisco el nacimiento del Señor más que un misterio de gozo es un misterio de pobreza: ¿Cómo es que el “rey” pudo elegir la pobreza desde su nacimiento? ¿Cómo la gloria luminosa de Dios puede estar en el fondo de la pobreza? ¿Qué potencial encierra la pobreza humana para entender el hecho de Jesús?

Hay una escena franciscana muy emotiva en 2ª Celano 200 cuando está Francisco celebrando la Navidad con sus hermanos “recordando con lágrimas la penuria que rodeó a aquel día la Virgen pobrecilla”. Cree Francisco que es de pena ver que una mujer que da a luz no tenga el marco adecuado, las ropas para el bebé, la compañía de otras mujeres que ayuden, lo necesario para reconfortar a la parturienta. María no tuvo nada de esas cosas y esa pobreza conmueve a Francisco. Entonces ocurre lo inesperado: un hermano, en la misma línea, recuerda “la falta de todo lo necesario en Cristo”. Recuerda no solo la pobreza de la madre, sino también la del hijo. Y Francisco no aguanta más: “Se levanta al momento de la mesa y, bañado en lágrimas, termina de comer el pan sentado sobre la tierra desnuda”. Es decir, come la comida de Navidad como si fuera una comida penitencial, una comida de cuaresma, como si la pobreza de Jesús se llevara por delante el gozo del nacimiento.

Lo que estremece a Francisco es el nacimiento pobre de Jesús. Él no deja de ver en Jesús al rey que adora; pero la pobreza se pone delante de sus ojos como el misterio que envuelve a Jesús. No es de extrañar que no se cansara de repetir a sus hermanos que “la pobreza es camino especial de salvación” porque fue el camino que utilizó el mismo Jesús.

Bien aprendió esto su fiel discípula santa Clara. Cuando en el cap. II de su Regla anima a sus hermanas a vestir el pobre hábito de la clarisa, dice que lo hagan “por amor del santísimo y amadísimo Niño envuelto en pobrecillos pañales”. La Regla es un documento legal, canónico. Que en un documento así aparezca la expresión “pañales pobrecillos” es insólita. No solamente refleja el carácter femenino de Clara, que entiende mejor que un hombre la angustia de dar a luz y tener que envolver al nacido en ropitas pobres, sino que ha aprendido también lo de Francisco: que la Navidad es, ante todo, misterio de pobreza.

En Navidad se anima a los cristianos a acentuar su solidaridad con lo pobres, cosa que se traduce en una mayor abundancia de limosnas. Y eso está bien. Pero Francisco pediría a sus hermanos y hermanas algo más: hay que contemplar la Navidad como un misterio de honda pobreza, de ocultamiento en la limitación, de valoración de lo humilde. Eso habría de llevar a la certeza del valor de la dignidad de toda persona, singularmente de los empobrecidos porque en ellos hay más riesgo de que se pierda tal perspectiva. Una Navidad para la dignidad. Eso es lo que demanda el espíritu franciscano.

Fidel Aizpurúa, capuchino

domingo, 16 de diciembre de 2018

ASÍ DE CLARO

El amor no es una ideología ligada a algunos movimientos religiosos. El amor es la energía que da verdadera vida a una sociedad. En toda civilización hay fuerzas que generan vida, verdad y justicia, y fuerzas que desencadenan muerte, mentira e indignidad. No es siempre fácil detectarlo, pero en la raíz de todo impulso de vida está siempre el amor.

Por eso, cuando en una sociedad se ahoga el amor, se está ahogando al mismo tiempo la dinámica que lleva al crecimiento humano y a la expansión de la vida. De ahí la importancia de cuidar socialmente el amor y de luchar contra todo aquello que puede destruirlo.

Una forma de matar de raíz el amor es la manipulación de las personas. En la sociedad actual se proclaman en voz alta los derechos de la persona, pero luego los individuos son sacrificados al rendimiento, la utilidad o el desarrollo del bienestar. Se produce entonces lo que H. Marcuse llamaba «la eutanasia de la libertad». Cada vez hay más personas que viven una no-libertad «confortable, cómoda, razonable, democrática». Se vive bien, pero sin conocer la verdadera libertad ni el amor.

Otro riesgo para el amor es el funcionalismo. En la sociedad de la eficacia lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El individuo queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje: en el trabajo es un empleado, en el consumo un cliente, en la política un voto, en el hospital un número de cama... En una sociedad así las cosas funcionan, pero las relaciones entre las personas mueren.

Otro modo frecuente de ahogar el amor es la indiferencia. El funcionamiento actual de la sociedad concentra a los individuos en sus propios intereses. Los demás son una «abstracción impersonal». Se publican estudios y estadísticas tras los cuales se oculta el sufrimiento de personas concretas. Apenas se siente nadie responsable. De ello se ha de ocupar el Estado, la Administración, la Sociedad.

¿Qué podemos hacer cada uno? Frente a tantas formas de desamor, el Bautista sugiere una postura clara: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». ¿Qué podemos hacer? Sencillamente compartir más lo que tenemos con aquellos que viven en necesidad. Así de simple. Así de claro.

José Antonio Pagola

jueves, 13 de diciembre de 2018

EXPRESIONES DE LA BIBLIA REPULSIVAS

Hay expresiones de la Biblia que, si te detienes un poco en ellas, pueden resultar, por lo menos, chocantes, si no repulsivas. Es lo que me ocurrió el otro día con un versículo de un salmo: “Dios se complace en el pobre”. Había rezado con ese salmo muchas veces, pero esta vez lo leí de otra forma y me extrañó cómo Dios se podía complacer en la pobreza de una persona, cómo podría alegrarse del mal de un ser humano.

Es imposible que el Padre se regocije en la situación de sufrimiento de una persona. ¿Entonces qué quiere decir? Una posibilidad de interpretación puede ser entenderlo como “pobreza espiritual”, y así no nos extrañaría ver a Dios complacerse de la capacidad de acogida, desnudez, humildad y minoridad de una persona.

Pero yo lo relacioné con el Camino de Santiago que hemos realizado este agosto pasado. Hemos vivido una pobreza real por las palizas que suponían 9 ó 10 horas andando, la mochila a cuestas, la comida precaria, dormir en habitaciones de 40 con los ronquidos infernales, etc. Y todos hemos vuelto encantados, y Dios se habrá complacido de vernos en esa pobreza, porque hemos aprendido muchísimo a valorar las cosas que tenemos y sobre todo las personas que están cerca de nosotros y nos quieren. Hemos crecido en capacidad de agradecimiento, en alegría de vivir, en capacidad de disfrutar de cualquier cosa: saborear hasta las comidas más intragables; hacer una oración en un porche estrechísimo bajo la lluvia; una simple ducha que sabe a gloria; un bocata de salchichón a media mañana; una partida de cartas con otros peregrinos; una golosina; un abrazo… En medio de la pobreza ¡HEMOS VIVIDO de verdad!

Javier Morala, capuchino

martes, 11 de diciembre de 2018

SE HA HECHO CAMINO

Iniciado el mes de diciembre la sociedad nos empuja a adelantar la Navidad. Hay una llamada a preparar la Navidad, a darnos prisa para tener todo a punto. Claro que ésta, es una llamada que está orientada desde el punto de vista comercial. Se nos invita a que no nos falte de nada en esos días, en esas fiestas, que están marcadas por un gran acento familiar.

Para quienes somos creyentes, también la Iglesia nos hace una llamada a prepararnos para celebrar la Navidad. Tratamos de prepararnos desde el ritmo que nos marca la liturgia, la Palabra de Dios, sobre todo a través de la experiencia del Pueblo de Israel y de la Comunidad Cristiana escrita en la Biblia. Se nos invita a estar preparados, a velar, a orar, a recorrer todo un camino para acoger a este Dios que es el Dios con nosotros, el Dios en nosotros y el Dios entre nosotros.

Al escribir estas palabras y fijarme en el recorrido final de este trayecto, lo primero que viene a mi memoria es el relato de San Francisco de Asís de cómo quiso vivir la Navidad en Greccio. Esta experiencia es la que popularmente hace que unamos a San Francisco de Asís con la Navidad, que lo consideremos el inventor de los belenes, etc. Pero más que centrarme en ese relato, os recuerdo la experiencia y las palabras de Santa Clara de Asís al decir a sus hermanas que “el Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino”. Esta es la afirmación que os propongo para que reflexionemos sobre ella en este mes.

¿Cómo interpreto yo en mi vida esta frase?
¿Cómo lo concreto?
¿Cuál es el camino que se nos propone?

Quienes tratamos de vivir nuestra vida cristiana desde la experiencia de Francisco, cada día somos más conscientes de que él conoció a Jesús en el Evangelio y descubrió en él el tesoro de la humildad. Francisco optó de manera radical por la minoridad y quiso que sus hermanos se llamaran Hermanos Menores. Tal vez esta palabra “minoridad”, nos suena a otra época y nos cuesta entenderla. Pero también es verdad que, en estos tiempos en los que estamos tan preocupados por la búsqueda de la felicidad, del éxito, por conseguir bienes materiales, es cuando cobra todo su sentido. Elegir el camino del menor, optar por una vida sencilla, ir desapropiándonos de los bienes nos posibilita la libertad del corazón y nos acerca a lo esencial.

Si somos de esas personas que creemos que podemos con todo, que lo sabemos todo, que no necesitamos nada… seguramente creamos que tampoco necesitamos a Dios. Por el contrario, si sentimos que todo lo que tenemos es regalo, don, que somos limitados y pequeños… Dios sale a nuestro encuentro. Su presencia nos permite vivir desde la confianza, podemos acercarnos a los otros y descubrir juntos la confianza, la compasión, la sencillez del corazón y la alegría. Navidad nos permite hacer esta experiencia, pues como afirmó Santa Clara, el Hijo de Dios se ha hecho camino.

Benjamín Echeverría, capuchino

domingo, 9 de diciembre de 2018

ABRIR CAMINOS NUEVOS

En medio de la agitación, el ruido, la información y difusión constante de mensajes, ¿quién escuchará la “voz del desierto”? ¿quién nos hablará de lo esencial? Juan grita mucho. Lo hace porque ve al pueblo dormido y quiere despertarlo, lo ve apagado y quiere encender en su corazón la fe en un Dios salvador. Su grito se encuentra en una llamada: «preparad el camino del Señor». ¿Cómo abrirle caminos a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio en nuestra vida?

Búsqueda personal. Para muchos, Dios está hoy encubierto por toda clase de prejuicios, dudas, malos recuerdos de la infancia o experiencias religiosas negativas. ¿Cómo descubrirlo? Lo primero es buscar al Dios vivo, que se nos revela en Jesucristo. Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan.

Atención interior. Para abrir un camino a Dios es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a Dios en su interior es difícil que lo encuentre fuera.

Con un corazón sincero. Lo que más nos acerca al misterio de Dios es vivir en la verdad, no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El encuentro con Dios acontece cuando uno siente la necesidad interior.

En actitud confiada. Algunos no terminan de creerse que Dios solo es amor. Despertar la confianza en este amor es empezar a vivir de manera nueva y gozosa con Dios.

Caminos diferentes. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Dios nos acompaña a todos. No abandona a nadie, y menos cuando se encuentra perdido. Dios que conoce hasta el fondo el corazón de cada persona.

José Antonio Pagola

sábado, 8 de diciembre de 2018

MARÍA

Niña con el mundo en el alma.
Sutil, discreta, oyente,
capaz de afrontar riesgos.
Chiquilla de la espera,
que afronta la batalla
y vence al miedo.
Señora del Magníficat,
que canta la grandeza
velada en lo pequeño.
Y ya muy pronto, Madre.
Hogar de las primeras enseñanzas,
discípula del hijo hecho Maestro.
Valiente en la tormenta,
con él crucificada
abriéndote al Misterio.
Refugio de los pobres
que muestran, indefensos,
su desconsuelo
cuando duele la vida,
cuando falta el sustento.
Aún hoy sigues hablando,
atravesando el tiempo
mostrándonos la senda
que torna cada «Hágase»
en un nuevo comienzo.
 José María R. Olaizola, sj

martes, 4 de diciembre de 2018

ANDANDO POR CAMINOS AZAROSOS

No resulta difícil detectar entre los cristianos de base la sensación de que estamos abrumados. Cada día los periódicos nos sacuden con un terremoto que afecta a personas y situaciones muy sensibles de la comunidad cristiana. A la mañana siguiente, una nueva sacudida. No es fácil vivir “como si no”, porque al pasar la página, tienes un nuevo episodio que te deja perplejo.

Va ser verdad aquello de quien dice que la historia de la Iglesia es la historia de sus múltiples naufragios. Pero, ya desde el principio, queremos apelar a la esperanza y viene a la memoria aquel dicho, harto citado, que se atribuye a Séneca: «El buen piloto, aun con la vela rota y desarmado y todo, repara las reliquias de su nave para seguir su ruta».

Gran gesto de resistencia es recoger los despojos para seguir adelante. Pero hay que preguntarse hacia dónde. O, al menos, hay que hacerse a la idea de que es hora de caminos azarosos, de que estamos en medio del temporal, envueltos en la niebla y que es preciso mantener la fe en que, tras ella, el sol brilla con todo su esplendor.

Por eso nos preguntamos si el Adviento, tiempo de ahondamiento, no podría ser entendido como un manual para andar en tiempo de caminos azarosos, para recorrer sin parálisis, sin amargura, sin excusas, sin engaños, el tiempo tumultuoso en el que estamos envueltos. A ver si va a resultar que, como dice la física cuántica, el caos es una fuerza que se autoorganiza, que hay sendas ocultas bajo los nubarrones más oscuros.

Fidel Aizpurúa

domingo, 2 de diciembre de 2018

VIVIR DESPIERTOS

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego por todas partes. No era este su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Solo busca que la vida sea más digna y feliz para todos».

Jesús llamaba a esto el «reino de Dios». Hemos de estar muy atentos a su venida. Hemos de vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «reino de Dios».

No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.

«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos solo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza.

«Vivir despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez que a veces parece invadirlo todo. Atrevemos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos.

«Vivir despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable.

«Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscar a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir no solo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios.

José Antonio Pagola