Podemos vivir las renuncias como fatalidad o desde la libertad. Ciertamente, se da una fase dolorosa por la pérdida de algo que tenía y ya no tengo (salud, físico, habilidades, posiciones, oportunidades...). Pero también es verdad que me es posible vivirlas desde la libertad; no sólo porque no tenga más remedio, sino porque hago un proceso por el que, al final del cual, asumo la pérdida. Es decir, he sufrido la pérdida pero yo no me he hundido con lo perdido. Esto lo podré elaborar si busco humildemente los fondos que me sostienen en la vida más allá de lo perdido. Estos trabajos siempre cuestan de primeras, pero nos ayudan a vivir con mayor libertad que cuando poseíamos lo ahora perdido.
Más incluso. Podría hacer algún que otro ejercicio de renuncia activa de objetos, lugares, sueños... porque, sabiendo que ya no me sirven o no son posibles o no me convienen quizá, aún los vivo como posesión mía. Quizá tenga que hacer un pequeño proceso de cierto duelo, pero así ejerceré mi libertad ante mí mismo. Estaré pasando a una nueva fase de mi vida sin esas realidades que han estado presentes hasta ahora.
La vida misma y Dios en ella, nos llevará por caminos de renuncia y desapropiación. Podemos vivirlos como fatalidad, pero también como caminos de libertad amorosa, donde lo más valioso no es lo que tengo sino a quién amo y por quién soy amado.
Carta de Asís, diciembre 2018
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