Morir o muerte son palabras tabú y prohibidas en el mundo de hoy. Y también es evidente que la muerte es algo de lo que no podemos escapar. Somos muy diferentes entre nosotros, unos más jóvenes, otros no tanto, más altos, más bajos, más ricos y más pobres, hombres y mujeres.... Pero la muerte es común para todos, es lo que nos iguala, ninguno vamos a librarnos de ella por mucho que lo intentemos.
La muerte está presente en la existencia de cada uno, en cada momento y siempre. Desde el momento en que nacemos, empezamos a morir poco a poco hasta morir del todo.
A lo largo de la vida, experimentamos muchas veces las limitaciones humanas debidas a la enfermedad, al dolor, al sufrimiento...., y nos parece que no nos dejan vivir plenamente pero todo ello nos van enseñando a morir en las pequeñas cosas y situaciones de cada día.
Experimentamos la muerte en personas cercanas, a veces después de una larga enfermedad pero también muchas veces de una manera brusca que nos desconcierta y no sabemos cómo vivir esas pérdidas e intentamos olvidarlas sin dar demasiadas vueltas pero tarde o temprano, esa realidad se hace presente en nuestra vida.
Porque la muerte es parte de la vida y hay que prepararse mirándola de frente.
Prepararse para la muerte significa prepararse para una vida auténtica y plena. Es existir siendo conscientes de que somos finitos y de que nuestra finitud, que puede ser vivida con angustia y ansiedad, puede tener sentido si la vivimos buscando cada día a Dios y dejando nuestra existencia en sus manos, para VIVIR en plenitud.
CARTA DE ASÍS, MARZO 2015
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