Esta foto dio en su día la vuelta al mundo: un palestino protege a su hijo Muhammad al-Durrah de un fuerte tiroteo de los soldados israelíes. No sirvió para nada. Por mucho que el padre enseñara sus manos abiertas, fueron ambos abatidos. Un horror más de los muchos que hay en toda guerra. Pero el gesto envolvente del padre ante el terror del hijo pequeño nos parece magnífico. Es un intento gigantesco por proteger la vida débil, por amparar a quien está en desamparo, aunque no se pueda hacer más que abrigarlo contra su cuerpo. No acabó bien la cosa, pero el gesto sigue siendo hermoso: gente que entrega la vida aunque no haya final feliz.
Algo parecido vamos a celebrar este Viernes Santo. No es solamente el recuerdo de la muerte injusta de Jesús de Nazaret. Cuando leas el relato de la pasión esta tarde piensa que de lo que se trata es de celebrar el final de alguien que ha querido proteger, abrazar, amparar, sostener nuestra vida. Jesús lo tenía claro. Solía decir: “Lo mismo que el Padre levanta a los muertos dando vida, yo también doy vida porque amo a todos”. Un protector de la vida, un amparador de caminos, un abrigo para quien necesita refugio, un defensor para quien se siente atacado.
Mirando el final desastroso de su muerte violenta podríamos pensar que esa protección que nos quiso dar no ha servido para nada. Pero no es así. Muchas personas a lo largo de su vida han creído y sentido que Jesús acompañaba sus caminos, que estaba tan cerca como el amor más vivo de quien ama sin reservas, que les daba un calor que hacía que su alma encontrara un consuelo. Nos protegió de la muerte; nos sigue protegiendo y abrazando.
Francisco de Asís era especialista en amparar la vida de sus hermanos y de las personas. Una vez le mandó a su compañero Rufino a que predicase desnudo en la catedral de Asís para vencer su timidez a la hora de ofrecer el Evangelio. El tímido Rufino obedeció. Y cuando era la rechifla de los de su pueblo entró Francisco como una tromba en la catedral y cubrió con una capa a su hermano a la vez que lo abrazaba y hacía ver a la gente que nosotros los cristianos seguimos a un “desnudo en cruz”, a un pobre, y no hay que avergonzarse ni zaherir al pobre. Francisco y Clara protegieron los caminos de sus hermanos. Por eso los llamaban “padre y madre”, porque sentían que en ellos tenían a quién agarrarse.
Tú también puedes proteger y amparar el camino de tus amigos, de tu familia, de toda persona. No hace tener grandes medios; hay que tener, sí, gran corazón. Porque no nos cabe duda: la verdadera casa de la persona es otra persona que acoge. El amparo del otro no es comparable con ninguna seguridad social que valga. Si tenemos personas que nos amparen, vamos bien; si ignoramos el calor del amparo sencillo de quien nos ama, estaríamos perdidos. Si entiendes la vida de Jesús y su muerte como una historia de amparo, de protección, de abrazo, has dado en el quid de la cuestión. (Fidel Aizpurúa)
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