viernes, 25 de junio de 2021

LA FRATERNIDAD: HECHURA DE DIOS

Decimos muy fácil que la familia, la comunidad, la fraternidad es regalo de Dios. En el comienzo hubo un proyecto ilusionante de vida en común; con grandes dosis de voluntarismo, poniendo cada uno mucho de sí en todos los aspectos: material, relacional, oracional…; años de despliegue, de fuerza y de entrega por parte de todos. Aprendíamos a convivir los diferentes; nos esforzábamos en limar asperezas, en articular ritmos, en motivarnos en las horas de dificultad… Era la época de la construcción de la fraternidad, de la pareja, de la familia, de la comunidad.

Las rutinas, el largo tiempo de trabajos, la vida cotidiana de todos los días, etc. hicieron que lo construido fuera perdiendo el primer brillo, la primera fuerza. No sólo era cuestión de renovar la voluntad de los inicios, sino encontrar nuevos motivos, nuevos horizontes que sostuviesen la fraternidad, nuevos manantiales que la regasen. Y así se renovó el brío de la fraternidad en muchas de sus dinámicas. Ya pasaron las ilusiones de la primera juventud; ahora se vivía con el realismo de la adultez, más consciente de los límites, con mayor humildad.

Al paso de los años, la edad, el desgaste de la vida, las nuevas dificultades tanto personales como institucionales fueron dejando casi sin aliento la vida fraterna. Parecía inalcanzable nada de lo deseado; ni en los comienzos de todo, ni en los planes más adultos aquilatados por la experiencia de la vida.

Ha sido necesario todo lo vivido para ir cayendo en la cuenta, de un modo callado e invisible, que el artífice de la fraternidad ha sido y está siendo Dios mismo. Nuestra fraternidad es hechura de sus manos. Ojalá estemos listos a dejar en sus manos nuestra fraternidad, nuestra familia, nuestra comunidad; porque en fondo siempre ha sido suya. Entonces seremos del todo familia, comunidad, fraternidad de Dios.

Carta de Asís, junio 2021

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