domingo, 12 de abril de 2015

CON LAS PUERTAS CERRADAS

Al anochecer… con las puertas cerradas, por miedo… Y en esto entró Jesús, se puso en medio… a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Permitirme para el Evangelio de esta semana que comience con este recorte del texto dejando claro qué es lo que más conecta conmigo en esta semana de Pascua.
   Sabemos de la importancia que tiene hablar de la noche, del anochecer en los textos bíblicos, como en la espiritualidad que nos transmiten los místicos. No es un momento cualquiera del día sino el momento del encuentro con uno mismo y con el Dios que nos habita. Los grandes misterios y revelaciones suceden de noche. También es el momento del día que nos asusta si nos encontramos solos o enfermos y por supuesto el tiempo en el que expresamos grandes confidencias a un amigo. Con el anochecer nos referimos también al final de nuestra vida, al ocaso, con lo que no es extraño que el Evangelio nos muestre este momento de la jornada para hablarnos del encuentro de los apóstoles con Jesús. Muy importante también el detalle del miedo, no hay seguridad porque no hay Luz que ilumine. La presencia de Dios a través de Jesus está ahora difusa, pero cuando logramos conectar nos damos cuenta de la Presencia que hay en el centro de nuestra vida y a veces es necesario para ello quedarnos sin nada, sin los pilares en los que antes nos apoyábamos porque “solo Dios basta”. Es en esa experiencia donde se nos pide lo esencial: no retener nada ni a nadie. Esas grandes mochilas que llevamos a la espalda llena de piedras, de recelos, recuerdos, expectativas sin cumplir, juicios… Es una invitación clara a soltar a abrir las puertas de nuestra vida. Por nosotros y por los demás. Cuando sueltas, todo se relaja y la vida sigue fluyendo. Queremos que a veces cambie el rumbo y no nos damos cuenta de que somos nosotros los que lo evitamos. Ese es el gran pecado: no ser felices por querer acaparar todo lo que incluso ya ni existe, porque como bien dice el refranero español: “agua pasada no mueve molino”.
   “Dichosos los que crean sin haber visto”, por si no nos había quedado claro. ¿Qué más necesitamos si Dios es el que lo habita todo? Pero aunque Dios haga el casi todo, nosotros tenemos que hacer el casi nada: abandonarnos a la evidencia de su Presencia y como dicen los orientales dejar hacer al Tao.
CLARA LÓPEZ RUBIO

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