En la teología del AT la cosa es muy fuerte: la entrega se da cuando Dios se vuelve de espaldas y deja desconcertado al creyente quien, por su alejamiento de la alianza, ya no puede ver su rostro de Dios (Sal 29) Este es su mayor sufrimiento.
- Jesús se define a sí mismo como un “entregado” (Mc 9,31) algo que desconcierta mucho a los discípulos que esperan prebendas de un Mesías poderoso. Pero él es un entregado con todo el peso teológico de la expresión.
- En Jn 13,21ss se desvela la realidad de quien le va a entregar (Judas) dándole un trozo de pan untado. Quizá pueda significar que aunque Judas le entrega, Jesús sigue amándole (el pan untado como gesto de cariño).
- En Lc 22,48 se dice que Judas entrega a Jesús con un beso, una manera insólita de señalar. Quizá tras ella esté la realidad de una entrega sin premio que tiene dentro, al límite, el componente del amor. El amor que envuelve la entrega.
- El amor de Jesús es asimétrico: ama aunque no se le ame, devuelve amor aunque no reciba amor, sigue amando por encima de todo desamor. Es el mandamiento (resume todos los mandamientos) que ha de distinguir al cristiano (Jn 13,34-35).
- El amor por los amigos es el “más grande” (más, incluso, que el amor a Dios). Esa es la manera con que Dios quiere que se le ame: amando a quien se dice amar, e incluso amando a quien no te ama (Jn 15,13-14).
- Ese amor se concreta en la entrega de la vida que puede ser entrega de una tacada, raras veces, o en la entrega cotidiana, poco a poco. Medir la adhesión a Jesús por la entrega, no tanto por mantener y suscribir una ideología.
Aplicación: Otra mirada al mundo de los “entregados”. Además de inspirada, la Palabra es inspiradora: puede arrojar luz sobre situaciones de la vida que se hallan envueltas en tinieblas personales o sociales. En ese sentido, la Palabra es terapéutica, capaz de curar y aliviar.
La comprensión de Jesús como un “entregado” puede echar luz sobre los entregados a su pesar, sobre los dejados del lado por los sistemas, sobre los “descartados” de antemano y por ello entregados desde el nacimiento. Son los 14 millones de personas que malviven campos de refugiados, los varados en Centroeuropa por el cierre de fronteras, los separados por muros y situados en tierra de nadie, los apátridas, los sin papeles y sin posibilidad de tenerlos algún día. Una legión de entregados sociales que no es que sean pobres sino, algo peor, que no cuentan en absoluto para el devenir del mundo. Son los que andan caminos de exilio que no llevan a ninguna parte, errantes que solamente llevan consigo “la cosa más importante” que, a veces, es una nadería, una olla, una red de pesca, un muñeco las niñas.
¿Cómo valorar de otro modo la entrega de quienes son entregados? Sigue siendo imprescindible, aunque no suficiente, la conmoción, el impacto, y con ella la capacidad de indignación, sentir la blasfemia contra lo humano. Algo que se rompa por dentro y nos rompa por dentro. Pero no es suficiente con conmoverse: es preciso también moverse, quebrar la inercia social que nos tiene paralizados, creer en la decisividad de los pequeños signos, mirar hacia delante y a los lados y unirse a quienes han logrado esbozar algún tipo de respuesta. Y luego, habrá que intentar moverse organizadamente para presionar con más eficacia a los gobiernos sistémicos y su criminal política de exclusión y para poder ser más eficaces en la ayuda coordinada que en la ayuda desconectada. Todo un proceso, todo un itinerario de reencuentro.
Esta espiritualidad podría llevarnos al logro de modificar el imaginario social y descubrir en el duro mundo de los entregados el brillo oscuro de uno valores primordiales. La revalorización de la persona por el extraño lenguaje de su desprecio: cada mirada, cada paso, cada muerte, son un grito que subraya el enorme valor de lo que se menosprecia. Por eso, los entregados son el lenguaje más profundo del valor de lo humano, por más que el sistema haga oídos sordos o, incluso, quiera sofocar esa voz.
Además, son los descartados los adalides de la utopía de la justicia. En la enorme injusticia que sufren se vierte el anhelo inagotable de la justicia que se debe a los excluidos. Eso, por supuesto, no justifica su condición de entregados. Pero sin su grito, la débil voz de la justicia se extinguiría y no nos daríamos cuenta. Queda cuestionado desde ahí el sistema profundamente injusto en el que mundo occidental, cristiano, ha asentado su sociedad. Lo cuestiona y lo desmiente por mucho que se apele a raíces culturales cristianas.
Así mismo, en las ruinas de su enorme desgracia, brota, con frecuencia, la hermosa planta de la fraternidad. Dicen, en el lenguaje de los entregados, que no hay fuerza capaz de agostar tal planta, que siempre brotará imparable la tendencia de un corazón hacia otro corazón. Esa es la gran denuncia, por vía de humanidad, que hacen a un mundo encastillado en posiciones de vida, de economía y de política que no está dispuesto al compartir humano.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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