En las horas bajas de la vida, cuando toca sufrir, qué diferente es saber o no saber por qué, para qué, para quién se sufre. En el primer caso tiene sentido este tiempo de dolor; sin embargo, cuando no se ve el origen, el destino o para quién y por quién uno está padeciendo, la angustia oscurece el horizonte porque no se ve el motivo de este padecimiento.
Cuando se está en este segundo caso, ayuda el recuerdo de otras épocas donde se vivieron parecidas experiencias y se salió de ellas. Aquello vivido anteriormente nos hace pensar que también saldremos de esta, aunque ahora no veamos cómo. Todos tenemos recuerdos que refrendan aquella frase según la cual después de la tormenta vuelve a lucir el sol. Pero más de una vez nos toca vivir épocas duras en las cuales todo lo experimentado con anterioridad pierde valor y queda en entredicho la verdad de lo vivido en otras épocas. Surge la pregunta de si no fue todo una ilusión.
El creyente, si está abierto a la presencia de Dios en la historia, echará mano del recuerdo de la vida de otros creyentes, de la salvación de Dios. La Biblia es la recopilación de los recuerdos de estas historias. Este recuerdo me hace salir de “mi experiencia” y me abre a la confianza más allá de lo que siento ahora por lo que estoy viviendo. Es el ejercicio de confianza al que me agarro en medio de la noche. Esta confianza me guarda el corazón del poder tinieblas. Esta confianza se apoya en la fidelidad de Dios, no en mi experiencia.
Y misteriosamente, este recuerdo y esta confianza me transforman y me hacen fuerte en la debilidad. Como dice una pasaje de la Biblia: “El Señor es bueno para los que en Él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor”.
Carta de Asís, noviembre 2021
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