jueves, 25 de abril de 2019

VIVIR ES CONFIAR

Nacemos confiados y confiando en la vida y en las personas que nos acogen. Confiadamente crecemos, arropados por las personas que nos quieren, abiertos a las novedades inéditas que nos ofrece todo. Sólo así es posible adentrarse en la vida. A medida que nos vamos haciendo adultos, vamos aprendiendo que la realidad no responde a nuestros deseos e ilusiones. Conocemos el fracaso; hay personas que nos desengañan; incluso nosotros mismos no damos la talla que esperábamos. Todo esto nos frustra, nos hace sufrir y nos enseña a vivir prevenidos. En el fondo, los golpes de la vida nos vuelven desconfiados.

Hay épocas de la vida en las que estamos de vuelta de todo y puede introducirse en nosotros ese “realismo” que entinta todo de escepticismo; como que en el fondo nada vale la pena. Más incluso; puede llegar a asomar en nosotros una especie de amargura que enturbia todo lo que vivimos y enrarece las relaciones con las personas. Las motivaciones más auténticas que nos movieron en otras épocas (esposo/esposa, hijos, proyectos de solidaridad, relación con Dios...) se desfiguran y desaparecen. Quizá no lo decimos, pero sabemos que estamos tocados en lo más hondo de nuestro corazón.

Justamente en ese camino se nos ofrece la posibilidad de hacer el acto de confianza más radical que nunca habíamos creído que se nos pediría. En lo más profundo del corazón nos debatimos si la vida está cerrada a lo que controlamos o está abierta a lo inesperado. No es un acto heroico, sino de humildad, de abrirnos a la promesa amorosa de Alguien que nos ofrece como nunca su amor. Esto se da en pequeños actos de confianza, pero que denotan una radical consistencia de nuestras personas en la vida y en relación con Dios. La confianza ya no es fruto de la bisoñez, sino dentro del realismo más profundo alimentado por la fe. En el fondo, desconfiar es un sinvivir y la vida en verdad consiste en confiar.
Carta de Asís, abril 2019

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