Cuando tenía 16 años y jugaba al baloncesto, yo soñaba con dedicar mi vida a este deporte tan espectacular. Era lo que más feliz me hacía y me ilusionaba pensando que un día pudiera dedicarme a ello. Cuando jugaba me olvidaba de todo, y realmente toda mi vida giraba en torno al basket. Pero ni mi altura, ni mi técnica eran suficientes y no me dediqué al baloncesto. Fue un fracaso para mí, y a pesar de ello ahora me siento muy contento con mi vida, pleno de sentido.
Cuando decimos que con la resurrección de Jesús, el mal, el fracaso no tienen la última palabra, creo que estamos hablando de algo parecido a lo que me ocurrió, aunque fuera una simple experiencia juvenil. La resurrección de Jesús no me evita mi fracaso personal, pero sí me da la certeza de que ese fracaso no acabará conmigo, no me llevará a la infelicidad. Me ocurra lo que me ocurra, Dios sostiene mi vida, Dios ha vencido sobre el mal. Puedo caer en la enfermedad, me puede salir todo mal en la vida, puedo fracasar en los estudios o en el trabajo, puedo morirme… pero nada de eso va a acabar conmigo, sigo teniendo miles de puertas abiertas a la Vida Plena.
Jesús pasó por el sufrimiento, el dolor y la muerte. La victoria de la resurrección no nos va a evitar a nosotros el dolor, el fracaso, la muerte, pero nos va a asegurar que, pase lo que pase, podemos confiar en que todo va a acabar bien, la vida me va a traer algo bueno con lo que me ocurra, estamos hechos para vivir en plenitud con Él. En Jesús “crucificado-resucitado”, Dios sufre como nosotros, muere para nosotros, en Jesús “crucificado-resucitado” Dios está por nosotros para siempre. Entonces sí que podemos decir: “¡Feliz Pascua de Resurrección!”
Javi Morala, capuchino
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