En menos de diez días se suceden cuatro festividades de frailes capuchinos canonizados: San Ignacio de Láconi (11 de mayo), San Leopoldo Mandic (12 de mayo), San Félix de Cantalicio (18 de mayo) y San Crispín de Viterbo (19 de mayo). Esta concentración de memorias santorales explica que, popularmente, mayo sea conocido como el mes de los santos capuchinos. En el calendario propio de los Capuchinos, estas celebraciones tienen un lugar destacado, mientras que en el calendario litúrgico general se las celebra como memorias facultativas o de ámbito local, subrayando la identidad franciscana dentro de la Iglesia universal.
Cada uno de estos santos ofrece un ejemplo luminoso de virtudes cristianas vividas según el carisma franciscano-capuchino.
- San Ignacio de Láconi, humilde hermano capuchino originario de Cerdeña, sirvió como limosnero en su convento de Cagliari ganándose el cariño del pueblo por su caridad incansable y su espíritu de oración.
- San Leopoldo Mandic, fraile capuchino croata del siglo XX, dedicó su vida al ministerio de la reconciliación –pasaba largas horas confesando– y al ideal de la unidad de los cristianos, por lo que es llamado el “apóstol de la unidad”.
- San Félix de Cantalicio, por su parte, fue el primer santo capuchino: un hermano laico del siglo XVI, bondadoso y alegre, que recorría las calles de Roma recogiendo limosnas y bendiciendo a todos con su frase “¡Deo gratias!” (¡Gracias a Dios!) en los labios, hasta el punto de que sus contemporáneos lo apodaban Fray Deo Gratias.
- Finalmente, San Crispín de Viterbo, también hermano no sacerdote, sirvió como hortelano y limosnero; con su sencillez, buen humor y amor a la Virgen María, acercó la fe a la gente sencilla.
En conclusión, mayo tiene para los Capuchinos un sabor especial a fiesta y gratitud. Es un mes para dar gracias por el testimonio de estos cuatro hermanos santos y para renovar, a la luz de sus vidas, el compromiso con una fe sencilla, alegre y servicial.
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