- Sé fiel a las promesas del evangelio: porque no interesa tanto que seas fiel a lo que tú has prometido, sino que descubras las maravillas de lo que se te ha prometido y que esas maravillas te encandilen para siempre. La maravilla de una vida en paz, la maravilla de poder tener un corazón perdonador, la maravilla de vivir inmerso en la generosidad.
- Vive una fe lo más lúcida posible: no te eches en brazos de la rutina, de la costumbre, de los meros ritos externos porque eso no terminará por ahogarte. Busca renovar tu oración, vive la eucaristía como un auténtico lugar de encuentro con Jesús, no te canses de leer la Palabra todos los días si es posible.
- Cultiva tu pensamiento cristiano: no vivas con las ideas del catecismo que aprendiste de niño, piensa la posibilidad de hacer parte de alguno de los grupos parroquiales donde se cultiva la Palabra, el pensamiento cristiano. Los tiempos cambian. Hemos de vivir la fe en modos adaptados a nuestro hoy, no de manera rígida e inflexible. Ha pasado el tiempo de comulgar con ruedas de molino y de tener la fe del carbonero.
La mejor forma de ser perseverante es aquella que nos implica algo en la vida familiar, en la vida parroquial o en la vida social. Una vida sin implicación lleva a vivir descolgado, situado en el propio egoísmo, como una isla. Así es imposible mantenerse vivo en la fe. Si vives implicado incrementa tu compromiso; si tu implicación es débil, hoy mismo puedes dar un paso adelante. Ánimo.
Fidel Aizpurúa, capuchino



