La época de los evangelios es un tiempo en el que, a diferencia del nuestro, no existe la clase media. Por eso, el campo de las pobrezas se ensancha y, por ello, la fragilidad social es manifiesta. Además, y lógicamente, las fragilidades sociales no tienen un tratamiento político. Cada uno las ventila como puede. El frágil social está en total desamparo. Nuestra preocupación no es de la época, por eso los evangelios no trabajan explícitamente este tema. Pero, como en otros que venimos planteando en este curso, podemos recabar “semillas” que nos ayuden.
- En el relato de la curación de los 10 leprosos, uno de los cuales, un samaritano, vuelve a agradecérselo (Lc 5,12-16) hay un aspecto reivindicativo que no conviene ignorar: se ofrece lo mandado en la ley como prueba contra los sacerdotes. Así es: ellos han hecho la ley de exclusión de los leprosos, ellos la deben corregir si quieren legislar según el querer de Dios que acoge a todos. Se demanda una ley de reinserción de leprosos que corrija una injusticia flagrante.
- En el texto de la curación de la mujer que llevaba doce años con flujos de sangre (Mc 5,24b-34) se reinserta a la “impura” haciéndola “hija de Abrahán”, devolviéndole la identidad espiritual judía de la que había sido injustamente desposeída por su enfermedad. Reinserción de identidad.
- En el signo del paralítico de la piscina de Jn 5,1-9 se reinserta al que llevaba toda su vida sujeto a la camilla (40 menos 2) haciéndole dueño de sus pasos. Ya no tendrá que depender de ella. Se le ha devuelto la libertad de movimientos. Es un reinsertado que se puede mover como todos.
Texto: Mc 3,1-5: «Entró de nuevo en la sinagoga y había allí un hombre con un brazo atrofiado. Estaban al acecho para ver si lo curaba en sábado y presentar una acusación contra él. Le dijo al hombre del brazo atrofiado: -Levántate y ponte en medio. Y a ellos les preguntó: -¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o matar? Ellos guardaron silencio. Echándoles en torno una mirada de ira y apenado por su obcecación le dice al hombre: - Extiende el brazo. Lo extendió y su brazo volvió a quedar normal».
- Un hombre con el brazo atrofiado es un frágil social en una época donde prácticamente no existía el trabajo intelectual. Por eso, su curación tiene un indudable matiz de reinserción social.
- Los verbos “levantarse” y “ponerse en medio” están intensificados. Se le está diciendo: te han dicho que has de vivir postrado, yo te digo que te levantes. Te ha dicho que has de vivir fuera del corro social, yo te digo que te coloques en el centro porque tu fragilidad te hace acreedor de ese centro social.
- Cuando se dice que extienda el brazo se está refiriendo, lógicamente, al brazo atrofiado. Pero puede entenderse también como algo que apunta a todo brazo: extiende todas tus posibilidades. El reinsertado tienen sus posibilidades. Si se extienden, el conjunto social sale beneficiado.
- Dice el relato que “volvió a quedar normal”. En realidad, ya era normal. Vuelve a ser reinsertado. Esa es la normalidad a la que le lleva el milagro.
Aplicación: Aprestarse a la generosidad social. Quizá haya que arrancar de la evidencia del atractivo de las personas generosas. Desvelan en su comportamiento lo mejor de lo humano. Y, más aún, puesto que de cristianos se trata, habrá que asimilar el perfil del Dios generoso que Jesús mismo ha descrito magistralmente en el evangelio. Sin este “deslumbramiento social” de la generosidad animarse a la colaboración solidaria no es fácil. Tal valor, el “deslumbramiento”, viene, sobre todo, por la cercanía de las personas solidarias a los problemas, por su entrega austera y por su claridad económica. Es así como acumulan un crédito moral que hace que los donantes se fíen de su honestidad.
La generosidad incluye a la justicia. Una generosidad sin justicia sería una burla inaceptable. Pero la generosidad va más allá de la justicia incluyéndola. La generosidad que da lo justo, que no reconoce la dignidad, que no valora exquisitamente los derechos de la persona, que hace diferencias en base a cuestiones culturales, etc., no es la generosidad de componente humano y, menos, cristiano. Por eso, hay generosidades que, al incluir, la injusticia se convierten en injusticia. Y una generosidad injusta es una contradicción inaceptable.
Habiendo crecido en generosidad social, respecto a otras épocas de la historia, el camino de la integración del débil, exigida por la justicia, y ámbito de generosidad tiene todavía mucho recorrido que hacer. La puesta en práctica de los derechos elementales de las minorías socialmente más frágiles demanda, todavía, mucho esfuerzo. Una sociedad civilizada habría de ser generosa en el reconocimiento de tales derechos tanto que la lucha por ellos habría de quedar en desuso porque la generosidad y la prontitud social haría que los derechos de tales minorías fueran reconocidos ipso facto. Esto es todavía soñar. Muchos de tales derechos tienen que ser arrancados migaja a migaja. Y esto en una sociedad que se dice evolucionada y, más todavía, de componente cristiano. Hoy por hoy, la generosidad social pasa, todavía, por el mero reconocimiento de lo que es justo.
Y habrá que poner un punto de crítica contra las prácticas de generosidad social publicitada como maratones solidarios, cenas para recaudar fondos caritativos entre gente pudiente y, con frecuencia, capitalistamente opresora, donaciones que provienen de dinero negro o similar, legados económicos con los que se pretende lavar dinero o, aún todavía, adquirir nombre como benefactor social. Todo ese mundo queda cuestionado por la justicia de manera radical y nada tiene que ver con una generosidad que ha cumplido exquisitamente todos los requisitos de la justicia.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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