UNA FAMILIA DONDE SIEMPRE SE AMA
Yo me llamo Lidia. Soy aquella “criada que hacía de portera” que recordaréis de pasada esta tarde cuando leáis el relato de la pasión (Jn 18,17). Le puse en un gran apuro a Pedro por dos veces. Él, “echando maldiciones” (Mt 26,74) negó varias veces que era discípulo de aquel preso. Resultaba peligroso significarse. Y no tuvo empacho en abandonarlo a su suerte. Miraba yo a Pedro y me decía: ¡Hombres! Cuando más falte hacen, no los encuentras. Me di cuenta de que el preso, cuando salió del interrogatorio miró a Pedro a los ojos y éste, escabulléndose, salió fuera. Me percaté que estaba llorando (Lc 22,16).
Yo me llamo Lidia. Soy aquella “criada que hacía de portera” que recordaréis de pasada esta tarde cuando leáis el relato de la pasión (Jn 18,17). Le puse en un gran apuro a Pedro por dos veces. Él, “echando maldiciones” (Mt 26,74) negó varias veces que era discípulo de aquel preso. Resultaba peligroso significarse. Y no tuvo empacho en abandonarlo a su suerte. Miraba yo a Pedro y me decía: ¡Hombres! Cuando más falte hacen, no los encuentras. Me di cuenta de que el preso, cuando salió del interrogatorio miró a Pedro a los ojos y éste, escabulléndose, salió fuera. Me percaté que estaba llorando (Lc 22,16).
Seguí luego el cortejo, pobre y triste, de aquel que iban a crucificar. Solamente un grupo de mujeres aguantó hasta el final. Había dicho Jesús que “lo iban a dejar solo” (Jn 16,32). Y así fue. Ninguno de su grupo, excepto aquellas pocas mujeres, apareció por allí. Ni de lejos. Lo dejaron solo con su pena y su triste destino.
Pero luego, frecuenté el grupo de cristianos y muchas veces les escuché decir: siempre nos amó. Incluso cuando lo abandonamos, él nos siguió amando. Lo comprobaron porque lo sentían vivo junto a ellos. Les apenaba el no poder decirle ahora: Gracias porque nos amaste siempre. Pero ellos tenían aquella certeza en su corazón, como un tesoro.
Un día la cosa fue más lejos. Alguien dijo: ¿Por qué nos amó siempre? Y fue muy buena la respuesta de una mujer: el amor verdadero hace pocas preguntas. No habría que preguntarse tanto ¿por qué nos amó? , sino si nosotros seríamos capaces de amar como él.
A quien Jesús ha hecho de su familia, nunca le dejará de amar. Eso decían nuestras antiguas Escrituras cuando hablaban de la alianza: nunca os dejaré, decían los profetas. En Jesús lo vimos, nos amó siempre, incluso con nuestra traición. Muchas veces nos preguntábamos extrañados: ¿Cómo pudo dar a Judas el “pan untado”, como pudo besarle si le traicionaba? Nunca dejó de amarlo. Quizá ese amor fue su casa y las cosas no ocurrieron del modo en que nos contaron (que “se ahorcó” y todo eso).
A Clara de Asís le preguntaban los compañeros de san Francisco qué pensaba ella de aquel asunto raro de las llagas que tenía en su cuerpo. Y ella decía que las curó sin hacer preguntas y que el amor había hecho con él una copia del Amado. Y añadía: “Me pregunto muchas veces si seré capaz de amar tanto”.
Hoy vas a leer el relato de la pasión. En la forma quizá sea un relato de pena, de sufrimiento, de humillación. Pero, en el fondo, es un relato de amor, la evidencia de que siempre nos amó, incomprensiblemente, genialmente. La familia de quien ama a Jesús ha de aspirar a amar siempre. Aunque haya fallos y caídas, hay que volver al amor siempre. Ojalá nuestros días, como los de Jesús, no se alejen nunca de un amor sencillo y vivo.
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