Sin la menor duda que desde el aire te encuentras en otra posición, cómoda, si estás en un avión desde el que puedas ver algo, ¡claro está!; porque no tengo la experiencia de cómo se ve la tierra desde un ala delta o desde un globo. De todos modos han sido varias las ocasiones en que he podido observar la geografía con todos sus accidentes y admirar el espectáculo de las grandes o de las pequeñas ciudades con sus diminutas luces, formando – las grandes ciudades – un mar de fantasiosos tesoros de color.
Nunca había pasado de admirar pantanos, altas montañas, riachuelos, arboledas, sembrados y el frenético ir y venir de los automóviles por las carreteras o las autovías hasta que Luis Silvestre, que lo tenía a mi lado pegada la nariz y toda la cara contra la ventanilla del avión, sugirió por qué no escribíamos algo sobre las impresiones que se tienen viendo la tierra desde arriba, desde el aire. Se dirigía a mí y a otros pocos que estaban en los asientos vecinos y eran conocidos suyos y míos.
¿Y por qué no? ¡Nunca se me había ocurrido!, por lo que podía ser muy bien una ocasión para pensar en algo concreto y distinto.
Desde arriba las cosas se ven diferentes, a distancia, como sí tú no tuvieras nada que ver con ellas, como si aquello que está en la lejanía fuera otra que a ti no te afecta; ¡hasta los problemas parece que se han quedado fuera, que pertenecen a otro mundo! Y me parece una magnífica observación (perdón por la inmodestia), porque si viéramos las cosas, sobre todo las situaciones difíciles y problemáticas, desde fuera, como si a mí no me afectaran, como si nada tuviera que ver con ellas, muchas de las dificultades del día a día desaparecerían, pues, en verdad, gran porcentaje de lo gordo y doloroso de un problema es que me siento totalmente inmerso en él, apegado a él, y, al no tener otra perspectiva, la corta la distancia hace que me coja de lleno, que sea mío, que me duele en la piel y en el alma. Tal vez sea el poner distancia, tener perspectiva, el desapego de que eso no va conmigo lo que nos diera más equilibrio, lucidez y eficacia. (Paco Luzón, capuchino)
Nunca había pasado de admirar pantanos, altas montañas, riachuelos, arboledas, sembrados y el frenético ir y venir de los automóviles por las carreteras o las autovías hasta que Luis Silvestre, que lo tenía a mi lado pegada la nariz y toda la cara contra la ventanilla del avión, sugirió por qué no escribíamos algo sobre las impresiones que se tienen viendo la tierra desde arriba, desde el aire. Se dirigía a mí y a otros pocos que estaban en los asientos vecinos y eran conocidos suyos y míos.
¿Y por qué no? ¡Nunca se me había ocurrido!, por lo que podía ser muy bien una ocasión para pensar en algo concreto y distinto.
Desde arriba las cosas se ven diferentes, a distancia, como sí tú no tuvieras nada que ver con ellas, como si aquello que está en la lejanía fuera otra que a ti no te afecta; ¡hasta los problemas parece que se han quedado fuera, que pertenecen a otro mundo! Y me parece una magnífica observación (perdón por la inmodestia), porque si viéramos las cosas, sobre todo las situaciones difíciles y problemáticas, desde fuera, como si a mí no me afectaran, como si nada tuviera que ver con ellas, muchas de las dificultades del día a día desaparecerían, pues, en verdad, gran porcentaje de lo gordo y doloroso de un problema es que me siento totalmente inmerso en él, apegado a él, y, al no tener otra perspectiva, la corta la distancia hace que me coja de lleno, que sea mío, que me duele en la piel y en el alma. Tal vez sea el poner distancia, tener perspectiva, el desapego de que eso no va conmigo lo que nos diera más equilibrio, lucidez y eficacia. (Paco Luzón, capuchino)
Bonita reflexion, gracias
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