Sin embargo, la solidaridad tiende en su misma dinámica a la vinculación con otras personas. Esta vinculación se da con las personas que requieren de mi generosidad como con las personas que también se entregan hacia los demás. “Nadie se salva solo” decía el Papa Francisco. El movimiento de solidaridad que nace de nuestra fe y de la conciencia de nuestra humanidad nos lleva a hacer alianzas, a confiar en otras personas, a acercarnos a otros hombres y mujeres hasta vivir una especie de comunidad.
La solidaridad tiene en su origen y en su meta personas vinculadas, ligadas por las situaciones de sufrimiento y limitación, y por la necesidad de trabajar juntos por un mundo mejor y más fraterno. Cuando me acerco a personas que me necesitan me encuentro comprometido, ligado a ellas; y también a otras personas movidas por la misma dinámica que la mía. Las primeras ya no serán hombres y mujeres necesitadas sino personas con rostro humano, únicas, irrepetibles. Otras ya no serán individuos solidarios, sino personas con rostro humano, únicas, irrepetibles. Y con todas ellas quedaré vinculado en adelante. No será solamente la necesidad de los demás la que me mueva, sino las personas mismas que ya en adelante no serán ajenas a mí.
En medio de esta sociedad de personas desvinculadas unas a otras, la solidaridad me liga a los demás y me hace buscar y trabajar por un mundo más vinculado, comunitario, fraterno. La solidaridad me ensancha el horizonte humano, me ensancha en las relaciones y en la mirada a los demás.
Carta de Asís, septiembre 2022
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