El bautismo cristiano está en lenta recuperación. Su sentido, muy velado, comienza a aparecer cuando se dice que el bautismo ha de ser para la vida, para llevar una vida en la orientación de Jesús, que no es otra que el socorro al débil, la solidaridad, el acompañamiento al necesitado, el servicio y la entrega. Este bautismo en la vida es el contenido real del bautismo ritual. Sin aquel, éste se vacía de sentido.
Un bautismo de vida es más importante que un bautismo de agua. Un bautismo de vida es la de aquella persona que hace de la suya una vida solidaria, fraterna, libre, gozosa, disfrutante, solidaria, hondamente humana. En ese caso, hay muchos bautizados ritualmente que viven de espaldas a la vida, en ignorancia, maltrato o menosprecio. Mientras que puede haber bautizados en la vida que, aun que no muy religiosos, cumplan a las mil maravillas la función y vocación primordial de vivir y de vida.
El verdadero bautismo es aquel que, como Jesús, nos lleva a ser solidarios con la debilidad del pueblo. Todo lo que se haga en materias de acompañamiento, solidaridad, sintonía, aprecio, promoción, de los pobres, ése es el verdadero bautismo cristiano.
San Pablo dice en Rom 12,1 que el verdadero culto es la vida ofrecida a Dios. Ese culto en la vida, antes que culto en el rito, es el que Jesús demanda a quien entiende bien el bautismo en la vida.
Amar la vida, lugar de nuestro bautismo en la vida. Crecer en cercanía al mundo herido, porque ese es nuestro marco de solidaridad con el pueblo. Así damos fe a la verdad de la encarnación, a la certeza de que Jesús y el Padre se han hecho del todo solidarios con nuestra historia concreta.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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