Parece que quien no “manda”, quien no tiene influencia, quien no es respetado, aunque fuere a la fuerza, no es nadie en este mundo de dominadores. A nivel mundial se quiere instaurar un “nuevo orden” que no es sino un orden de poder concentrado; a nivel personal nos rodeamos de una serie de cosas que demuestren que somos gente “con poder adquisitivo”, aunque en realidad nuestro interior esté muy vacío.
Ver al Mesías en “un pesebre” era algo inaceptable. Una mentalidad de poder que tiene Israel queda “truncada” por la espada que es Jesús, ya que la suya será una vida en la entrega. María, y todo creyente, han de hacer un itinerario de ahondamiento en algo que les resulta muy difícil de aceptar. Pero Dios ratifica “desde el cielo” este camino de entrega y de alejamiento del poder.
Cuando se diga a Jesús en cruz “si tú eres el hijo de Dios, sálvate” (Lc 23,36) se está queriendo hacer ver la inutilidad de la entrega. Es la mofa del poder sobre la ineficacia del corazón ofrecido. Sin embargo, nunca Jesús fue más hijo, más persona y más hermano sino cuando estaba en la cruz, signo de su total entrega.
La Navidad, tiempo de contemplación del misterio de la encarnación, deriva en una cuestión sobre la actitud ante el poder o la entrega de cada creyente. Trabajar sin pedir siempre algo a cambio es el signo de que ese camino es posible. La felicidad que dimana del cuestionamiento del poder y del entrar en la vía del ofrecimiento del corazón es el síntoma de su valor y su verdad.
Fidel Aizpurua, capuchino
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