No es fácil hablar del Espíritu Santo. Es un tema fluido que rehuye el encasillamiento en nuestros esquemas mentales ordinarios. Sin embargo, eso mismo es un indicio de que nos acercamos a un tema divino. Hablar de Dios siempre supera nuestra capacidad de comprensión y de expresión. La inexactitud, la imprecisión, resultan inevitables. Es casi un buen síntoma. Si a esto se añade la falta de práctica, es decir, el relativo silencio creado en torno al Espíritu Santo, la dificultad se acentúa.
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