lunes, 25 de abril de 2016

UNA VIDA EN TRES DIMENSIONES O CUATRO

Últimamente me está tocando escuchar situaciones de muchas personas que lo están pasando mal. Son historias, como las de millones de hombres y mujeres en este país, que cuando las vives un poco más de cerca se te remueve todo por dentro. Es la desesperanza de una mujer joven que no va a poder ver más a su hija por la que lo daría todo; es el cansancio del que busca y busca trabajo pero ya lleva cinco años recibiendo un silencio por respuesta; es el que tiene la cara curtida de pasar más de diez horas al día en la calle y ya no sabe qué hacer con su cuerpo; es la pareja de 22 años con una niña de unos meses, que espera con un rostro envuelto en tristeza a que le den una bolsa de comida con la que comer un poco mejor; es el inmigrante que no puede tener una vida tranquila porque en el comedor social, algunos comensales, le insultan la mitad de las veces; es la rabia del que no puede dormir ni en el albergue porque no hay sitio para todos, y tiene que deambular hasta que el anonimato de la madrugada le permita encontrar un cajero tranquilo fuera de las miradas y de los problemas; y tantas otras…
   Y cuando paseo por la calle con estas historias en la cabeza hay mucho de lo que veo que me parece irreal, como si gran parte de lo que pasa delante de mí sea una construcción que nos hacemos lejos de la vida más auténtica.
   Con todas estas historias alborotando dentro de mí, me parecen irreales esas compras en las tiendas de moda; me parecen irreales las cafeterías llenas, viendo los cuartos de final de la Champions; me parece irreal las chicas pendientes de sus pantalones rotos por la rodilla o los chicos pendientes de su flequillo; me parecen irreales mis propios problemas centrados en cuestiones nimias.
   Es como si hubiésemos construido un mundo paralelo, que tiene que ver poco con lo que nos estamos jugando en esta existencia, pero que creemos más satisfactorio. Pero en el fondo, nos sabemos insatisfechos. Y esta misma insatisfacción nos hace seguir buscando ansiosamente en este mundo irreal detrás de todo lo que nos promete felicidad y sólo nos aporta entretenimiento y hastío.
   En cambio cuando te acercas al sufrimiento, y eres capaz de superar la tentación de la huída, te sientes más en tu sitio, más centrado, sabiendo que estás viviendo algo más auténtico, como que los contornos de la vida se hicieran más claros y la existencia dejara de ser plana y pasara a vivirse en tres dimensiones, ¡o cuatro!
Javi Morala, capuchino

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