Lo que sale a la luz, generalmente, se desvirtúa, se desenfoca. El brillo le arrebata el alma y lo que era hermoso termina siendo pasto de los focos de un plató que engulle a todo lo que entra en él.
Por eso mismo hay que tener mucho cuidado para que lo que sale a la luz permanezca en su identidad, en sus valores y pueda ser interesante, causa de luminosidad, para quien anda por la vida sin caer en el brillo cegador de una luz que nos descoloca.
¿Cómo ser luz sin que ésta se desvirtúe?. Únicamente si no se pretende el brillo personal, sino que se pretende el brillo de la compasión y de la justicia. Cuando lo que se desea es que la compasión suba de nivel y que la justicia sea considerada, se es luz y no hay peligro de autogloria, de autoafirmación, de egoísmo insensible, de caer en las garras de un yo indiferente a la situación de los demás.
La luz de los platós nada tiene que ver con la luz de vida. Aquella es ruidosa y sirve para poco; esta es callada, aunque sea luz, y se convierte en instancia luminosa para muchos que andamos en zonas de sombras.
Si la humilde luz de la compasión acompaña a nuestro modo de estar en la vida y si somos capaces, cada vez más, de aguantar la cegadora luz de la justicia, estaremos siendo instancia de luz para otros. Si lo que pretendemos es el simple brillo de mi propio ego, nuestra luz no alumbrará un metro más allá de nosotros mismos.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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