lunes, 29 de agosto de 2016

EL BRILLO DE LO ORDINARIO

La inmensa mayoría de las cosas que vivimos las vivimos en lo cotidiano, en lo ordinario. No nos resulta fácil asumir esta realidad porque, entre otras cosas, nuestro ambiente social tiene como referencia la adolescencia, donde lo importante es lo emocionalmente intenso, y por ello, lo efímero: “¡Vive nuevas sensaciones!”. Pero hace tiempo que ya pasamos las épocas adolescentes donde vivíamos persiguiendo cualquier cosa con tal de que fuera nueva: relaciones, lugares, canciones, experiencias...

La vida concreta, la vida real, está hecha de lo de todos los días, de lo ordinario. Los días se parecen unos a otros, nos topamos siempre con las mismas caras, lo que hacemos lo hacemos mecánicamente, las primeras motivaciones hace tiempo que perdieron fuerza... Llega un momento en el cual, inesperadamente, nos descubrimos envueltos en la rutina, llevando una vida gris, funcionando automáticamente...

Una de las mayores lecciones de la vida es precisamente descubrir el brillo de lo ordinario. En un proceso misterioso, justamente, lo que nos resultaba desmotivador y dificultad para vivir, comienza a ser el modo más real de vivir, de amar lo concreto, de vivir en verdad. Lo de todos los días es la manera real de ser lo mejor que somos y tenemos. Las personas concretas, con todas sus maravillas y miserias, son las que amamos; son ellas las que nos aman y viven con nosotros. El trabajo, rutinario generalmente, es precisamente el medio en el cual me desarrollo. Mis dificultades, que no las puedo superar ya, son justamente el medio más idóneo donde puedo ejercitar mi libertad. De este modo, resulta que lo ordinario, en medio del claroscuro de las cosas y personas, es el mejor humus para desarrollar mi vida concreta.

Cuando decimos que Dios se ha encarnado, estamos queriendo decir que lo ha hecho en lo pequeño, en lo gris. Sólo así puede ser real su presencia en nuestras vidas. Sólo así brilla su luz en nuestra oscuridad, en lo ordinario.
Carta de Asís, agosto 2016


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