miércoles, 1 de agosto de 2018

ELOGIO DE LA AMABILIDAD (O EN QUÉ MOMENTO PERDIMOS LA CORTESÍA) 1ª PARTE

Para cerrar la campaña de este año ofrecemos este "Elogio de la amabilidad" de Javier Dale.

Cuando uno visita el Palacio Real de Madrid puede dejarse sorprender con el contenido de sus salones (el edificio tiene más de 3.400 habitaciones), pero es inevitable acabar reparando en una particularidad: la ausencia casi absoluta de pasillos. Las estancias se conectan unas con otras, de modo que la manera más habitual de ir de una habitación a otra cinco estancias más alejada es atravesando todas y cada una de las cámaras interpuestas entre ambas.

El Palacio Real es una construcción del siglo XVIII, una época en la que la intimidad, que hoy es todo un derecho, no era ni siquiera un valor. Por eso no existen los pasillos: porque las habitaciones no eran tanto espacios privados como estancias de tránsito donde socializar y ser amable. Y con la corte como modelo de comportamiento, los hábitos de la corte —la cortesía— no eran tanto un trámite como una forma de hacer.

En el mundo actual —donde la conciencia individual es dominante— la cortesía, entendida como la amabilidad en las formas entre personas, se ha perdido. Encontrarse con un "buenos días", con un "que pase una buena tarde" o con un saludo casual pero cortés entre desconocidos es una rareza, particularmente en las ciudades ¿Hemos perdido la capacidad de ser amables unos con otros? ¿Vivimos, de alguna manera, enfrentados a los demás?

Los individuos se distancian de las instituciones

"Es evidente que en la sociedad hay una búsqueda de espacios individuales", explica el profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, José Antonio Santiago. "No solo de espacios sino de tiempos. Cada vez se reivindican más los momentos de intimidad, bien para estar con uno mismo o simplemente para no hacer nada".

La sensación del tiempo propio como un valor conlleva incluso que el rato de ocio, generalmente empleado para la vida social, derive en una especie de cadena de montaje: una tarde de distensión es una tarde de planes consecutivos y cerrados, dibujados en una agenda. "Las personas quieren rentabilizar su tiempo, lo que provoca una sensación de estrés", sostiene Santiago. Es así: a veces, relacionarse con otras personas se convierte en una actividad para la que no tenemos tiempo.

Santiago añade que "hemos pasado de ser sociedades donde las instituciones ejercían un poder muy fuerte sobre los individuos a sociedades donde los individuos marcan distancias y pueden elegir y tomar decisiones que antes les venían dadas por las instituciones". Un ejemplo está en el cambio del modelo familiar: se ha pasado de la familia nuclear normativa y de la presión que ejercía ("a ver cuándo te casas", "¿para cuándo los hijos?") a un modelo que acepta lo que antes estaba estigmatizado, como puede ser el de las parejas que no se casan, las madres solteras, las parejas del mismo sexo o, incluso, la soltería elegida.

El Estado del Bienestar y el "atrévete"

No obstante, el profesor de la UCM opina que hoy en día no existe una sociedad más egoísta, sino que es la propia sociedad la que fomenta la individualidad. "Hay un cambio de relación entre la sociedad y el individuo. Porque es el propio entorno el que impone a las personas un discurso individual: sé tú mismo, sé responsable, atrévete, busca la realización personal".

A la sociedad individual que habitamos se le suman las contradicciones del beneficio que supone el Estado del Bienestar, al menos antes de la crisis económica. En su libro, Un individualismo placentero y protegido (Deusto, 2010), los profesores Javier Elzo y María Silvestre señalan una paradoja que se manifiesta en la sociedad española: "La protección viene de la mano de una concepción del Estado de bienestar protector y prácticamente omnipresente (…) El individuo se afirma en su principio de libertad individual, pero se protege desde una concepción universalista del papel del Estado social". Esto es, como sociedad individualista anteponemos nuestros deseos a los de los demás, pero sustentamos esa libertad en las obligaciones de un Estado que, en ocasiones, damos por supuesto y del que no nos sentimos obligados a participar.

El trabajo de Elzo y Silvestre señala además que la evolución del grado de satisfacción de la sociedad española entre 1981 y 2008, fundamentado en el Estado del Bienestar, no alimentó la confianza entre las personas: si en 1981 el 61% de la población afirmaba ser prudente a la hora de confiar en la gente, en 2008 esa cifra aumentaba tres puntos, hasta el 64%. ¿Cómo se puede ser amable con alguien en quien no confías?

Javier Dale

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