miércoles, 12 de agosto de 2020

¿QUÉ DICEN LOS EVANGELIOS SOBRE EL MÁS ALLÁ?

No podía ser menos: Jesús pertenece a una cultura espiritual donde se concibe el cielo como una realidad física afuera y arriba. Allí mora Dios y las huestes celestiales. Y además de un “lugar” se entiende que el cielo es lugar de retribución, donde Dios dará premio a los buenos y castigo a los malos. Esto, que ha pasado al cristianismo de lleno, estaba en la mente de todo judío piadoso, si exceptuamos algunos que no creían en el más allá, como los saduceos, según dicen los evangelios (Lc 20,27).

Pero en el caso de Jesús la cosa tiene sus matices: no hablan mucho los evangelios del más allá porque se entiende que son para más acá. El sueño de Jesús, el reinado de Dios, apunta a las relaciones del más acá sobre todo. Por eso, aunque hablan del cielo no lo hacen con profusión. Y cuando lo hace resaltan valores contraculturales:
  • Cree que en el cielo funciona lo que debe funcionar en la tierra: el amparo a los débiles. Por eso, los ángeles del cielo ven el rostro de los niños y cuando estos son heridos, salen a cumplir la venganza del Dios que ampara (así interpretaban textos como Mt 18,10).
  • Cree que el cielo es un lugar de libertad, la que habría de existir en este mundo, Por eso, la pregunta absurda del relato de la mujer que tuvo siete maridos es “¿de quién va a ser?” (Lc 20,34-36). Nadie es propiedad de nadie. Ese habría de ser el planteamiento vigente ya hoy.
  • Cree que el cielo es lugar de justicia, la que no se da aquí y por la que hay que luchar cayendo en la cuenta del afán devorador y autorreferencial que rige en la vida de los poderosos (Lc 16,19-21).

De manera que los valores “celestiales” son los que habría que ir incorporando a la historia para que se adecuase al sueño del reino.

Texto: Jn 14,23: «Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él».
  • Este texto es, sin duda, la cumbre de la mística joánica. El evangelio culmina en los relatos de la pasión y resurrección, la hora de Jesús. Pero la espiritualidad encuentra aquí su motivo más importante.
  • Todo parte de un dinamismo de amor: no se puede entender bien esto que se va a decir si no se parte del amor. Hacerlo desde planteamientos ideológicos o incluso religiosos es bloquearse.
  • Lo que se va a decir es la mayor demostración de amor que el Padre ha tenido con la historia. El Padre quiere dejarnos deslumbrados, atrapados en la hermosura de un planteamiento singular.
  • Y este el planteamiento: el Padre y Jesús han tomado una decisión de vértigo: venir a poner su morada en la historia, en el fondo del ser, en la fuente de la vida. De tal manera que, propiamente hablando, no hay cielo fuera y arriba, sino dentro y abajo. Ahí en ese fondo de la necesidad histórica es donde Dios ha puesto su morada para no irse nunca más.
  • De ahí que, si se quiere encontrar a Dios, si se quiere “ir al cielo”, la gran tarea es ahondar en la historia, bajar a su fondo, por débil, herido y frío que sea. Los trabajos de la fe son sanear el fondo de la historia, abrirle un horizonte a la vida, iluminar la trayectoria de la persona.

Aplicación: La búsqueda religiosa tiende al ascenso, al cielo. Toda la gestualidad religiosa, con su capacidad de evocación, apunta siempre a lo alto. Las cosmogonías religiosas siempre son deudoras de lo alto. Esto sería algo inocuo si no conllevara la postergación y hasta el menosprecio de lo bajo. Aspirar a lo alto, a los bienes de arriba ha sido un topos de la cultura cristiana. La dirección hacia lo alto ha sido la medida de la idea de la mística que han manejado las personas espirituales.

Sin embargo, ya desde el mismo evangelio, puede haber otra manera de redireccionar la experiencia religiosa: apuntar a lo hondo, elaborar una espiritualidad del descenso, entender la plenitud como una bajada a lo profundo, creer que la vida no está fuera sino dentro de lo que existe.

Este cambio de dirección tiene grandes consecuencias: se deriva de él un creciente amor a la tierra, al cosmos, como casa de la vida sin necesidad de apelar a otras vidas; se deduce la solidaridad con todas las realidades que habitan esta casa y que también apuntan a lo profundo; conlleva, así mismo, el cambio de mirada creyente que apuntaba un más allá inexistente para dirigirse a un más acá existente; se concluye, como hemos dicho, el imaginario de un Dios dentro entendido como principio dinamizador de lo que es.

Quizá sin darse cuenta, quien va trabajando su fe reorienta la dirección de su espiritualidad hacia lo profundo y va vislumbrando que una espiritualidad de descenso no solamente se ajusta mejor a su imaginario nuevo, sino que le abre las puertas a un gozo vital que difícilmente lo lograba la mística de una búsqueda hacia lo alto. Podría parecer que estas son cosas de mero componente ideológico, pero pertenecen a los hondos y, a veces, indiscernidos movimientos del alma donde se juegan las verdaderas orientaciones de la vida.

Fidel Aizpurúa, capuchino

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