También hay personas que, sin ningún heroísmo, sostienen la vida de un modo permanente: personas que invierten largos tiempos y energías en cuidar a alguna persona enferma, en sobrellevar la convivencia complicada con familiares de difícil trato, madres y padres que aguantan un trabajo deshumanizador por sacar adelante la familia... Nadie sabe de su nivel de sufrimiento, de insatisfacción y de frustración que ello conlleva porque los demás no ven la situación, ni les interesa ver.
Lo que esto sí supone es un alto nivel de determinación, de disciplina y renuncia para estas personas. Una situación así puede hacer asomar a la persona al sinsentido y al fracaso de su vida. Pero también puede llevarle a ahondar la confianza en la existencia, sin necesidad de éxitos ni espléndidas victorias, porque sabe llevar a cabo lo que verdaderamente vale en la vida y la hace perdurar. Estas personas sostienen la vida. Estas personas viven lo humano en su grado máximo ya que dan calidad a la vida no solo en un momento, sino a lo largo de toda ella.
Decimos que en el principio Dios creó el mundo. También debemos decir que Dios sostiene la vida con su amor sostenido. Estas personas son signos vivientes de ello.
Carta de Asís, agosto 2020
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