El Dios que está en las personas también está en las cosas, en las entrañas de su creación. Su presencia la perciben los pájaros que revolotean confiados sin sembrar ni segar y la captan las flores que crecen en los prados y en los márgenes de los caminos sin hilar ni trabajar (Mt 6,25-33). La naturaleza se despliega sin agobiarse porque vive inmersa en esta presencia. El Reino de Dios es la revelación de la inmanencia de Dios que brota por doquier. Sólo hay que abrirse para percibirla. Esta apertura conduce a vivir con autenticidad: «Buscad el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33). La justicia consiste en reconocer la sacralidad de cada ser y de cada existencia, lo cual lleva a instituir un nuevo orden social, donde el dominio y la apropiación dejen paso a la reciprocidad.
Javier Melloni
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