Pueden ser solo momentos pasajeros. Pero también puede que sean signos de que la fraternidad, la familia, la comunidad no cumple ni cumplirá lo que me había imaginado, deseado, buscado. Surge ese sentimiento de soledad no buscada, esa soledad que incomoda y duele. No es fácil acertar en el reparto de responsabilidades por la situación creada. Quizá yo mismo había puesto excesivas expectativas en la fraternidad; o son los demás quienes no caen en la cuenta de mi necesidad de ser atendido; o tal vez sean las dos cosas.
Hay tres actitudes que nos ayudarían a manejarnos en estas situaciones de soledad. La primera es comunicar de algún modo a los demás sobre la soledad que vivo y sobre mi necesidad de ser querido y correspondido, de mis pequeñas o grandes frustraciones en ello. La segunda actitud sería acertar en acomodar mis expectativas a lo que de verdad puede dar la fraternidad, asumiendo mi cupo de soledad. Y la tercera actitud será la de mirar si no les sucede algo parecido a los demás con respecto a mí, si no soy yo también alguien que ha frustrado sus expectativas a mis hermanos y hermanas.
En fraternidad aprendemos a darnos permiso para desear, para anhelar, para soñar y esperar lo que otros pueden aportarnos. Pero sin convertir el deseo en exigencia, el anhelo en obligación o la respuesta en condición.
Carta de Asís, junio 2022
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