Para evitar esta tentación es necesario confrontar nuestra experiencia con la que Jesús tiene del Padre. Es lo que encontramos en el Evangelio: los encuentros, las palabras y el silencio a través de los cuales Jesús está envuelto en el misterio del Padre. En Él se manifiesta el amor incondicional y gratuito, siempre abierto.
No sin dolor, Francisco tiene que abandonar sus viejas imágenes de un dios que arma caballeros a los fuertes, el que justifica el poder de unos pocos, el que aniquila al que piensa distinto, el que alimenta el odio frente al enemigo. Es entonces cuando experimenta la oscuridad de la noche, la soledad y la ausencia de Dios. En el silencio y contemplando a las criaturas, Francisco comienza a intuir la presencia del Creador.
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