Hay esperanzas que son mero optimismo. Se alimentan del sueño de algo nuevo deseable, pero que no ha sido contrastado con las dificultades y reveses de la realidad. En este tipo de esperanza puede más el deseo que otra cosa. No siendo mala, es de poco alcance. Cuando se frustran los deseos, cuando no se logra lo que se había soñado, nos rompemos por dentro. Si no somos capaces de reformular lo que pretendemos, la realidad nos aplastará y la solidaridad se reducirá a mero sueño.
También hay esperanzas que solo pretenden alcanzar lo que se puede controlar; la esperanza está atada al pragmatismo, a lo medible y evaluable. Está prohibido soñar. El porvenir solo será una modalidad de lo presente donde impera una especie de “es lo que hay”. En este tipo de solidaridad no hay lugar para la esperanza más allá de lo que conocemos. No hay proceso hacia lo nuevo. Así, la solidaridad será mera gestión de la realidad.
La solidaridad requiere una esperanza que es deseo y sueño de un cambio de la realidad; y a la vez, haciéndose cargo de las limitaciones y dificultades reales para avanzar en ese cambio. Sin embargo, es más que un mero equilibrio; es la apertura a lo nuevo que no será tal como lo soñamos, pero requerirá de nuestros esfuerzos. En el fondo, la solidaridad está pidiendo la Esperanza de que Dios sigue operando.
Carta de Asís, mayo 2023
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