Si miramos bien, vemos cómo el Evangelio también nos habla de la relación de Jesús con las criaturas: en ellas, encuentra un lugar para contemplar a Dios. El descubrimiento que Jesús hace de la belleza del mundo ––la armonía de los seres, su dependencia absoluta de Dios–– le ayuda a construir un mundo fraterno, a estar junto a todo lo que existe. La forma de vida de Jesús es la belleza más plena: su autenticidad, su libertad interior, sus manos siempre abiertas, sus ojos llenos de misericordia y de ternura. La suya es la vida más bella.
Francisco, lector del Evangelio, (1Cel 22; TC 25; AP 11; TC 29) es también lector de la Creación, libro de la Vida (1Cel 80-82; 2Cel 165; LM 8,6; Brev 1,2), donde descubre el deseo que Dios tiene de entrar en relación con todas las criaturas. En cada una de ellas contempla los diversos modos en los que Dios se hace presente y, junto a ellas, se convierte en testigo fascinado del Dios Creador, a quien se dirige exclamando: Tú eres belleza (AlD 4. 5).
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