La solidaridad, en todas sus formas, lleva a las personas a cambiar la mirada sobre uno mismo y el mundo. Si la solidaridad va un poco más allá de meros actos puntuales de generosidad pilla a la persona por dentro y la cambia. Primeramente nos descoloca, nos saca de nuestros esquemas y maneras de percibir a las personas. Aparecen otros valores, otras miradas sobre las personas y sobre las situaciones que no se percibían antes. Uno mismo se ve transformado poco a poco y comienza a percibir a los demás y sobre todo a los más vulnerables de otra manera. Los proyectos solidarios podrán tener éxito o no; habrán sido adecuados o desenfocados; la entrega realizada a favor de alguien enfermo, débil, frágil habrá resultado eficaz o no. Pero si ha habido entrega generosa, la persona que se ha expuesto a la fragilidad de los demás, queda marcada, y en su vida se abrirán nuevas dimensiones no sospechadas un poco antes.
Ciertamente, hay personas que dan un viraje en la vida y se vuelven solidarias. Pero también es cierto que un acto de solidaridad hace cambiar a la persona que la lleva a cabo. No es el mero hecho del movimiento solidario el que nos cambia; es más bien el encuentro con los vulnerables que nos da otra perspectiva. El trato con personas que, siendo como nosotras, por las circunstancias de la vida o las estructuras injustas, han sido colocadas en situaciones inhumanas nos dejará una marca en nuestra vida para siempre.
Carta de Asís, enero 2024
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