Modernamente habéis redescubierto el valor de la ecología y el cuidado de la casa común.
La ecología franciscana es algo que conecta con la esencia de lo humano, que no se queda en la mera superficie, que percibe el hondo beneficio que es para el todo de la persona y de la creación la incorporación hábitos ecológicos la vida. Son las verdaderas raíces de la espiritualidad ecológica.
La tendencia al dominio y a la explotación de la naturaleza ha desterrado el asombro, el brillo en la mirada, el estupor de quien descubre cada día el color de cada cosa. El asombro es el lenguaje del respeto y del amor. Quien se asombra, no invade ni explota, sino que agradece.
La ecología franciscana es la ecología del asombro sencillo, renovado cada día, simple pero profundo, exultante pero sensato. Sin ese asombro nos deslizaríamos al abismo del dominio, al pozo negro de la explotación, a la mirada que calcula todo sin admirarse de nada.
La ecología franciscana es una ecología creyente, conectada a la experiencia de Dios. Para el franciscano una creación sin la amorosa presencia de Dios sería una ecología sin alma. No se trata de “bautizar” nada, sino de descubrir el hálito que sostiene el universo y que el creyente sabe que es el modo con que Dios se hace vivo en la vida del cosmos.
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