A medida que vamos haciéndonos mayores y las oportunidades para una vida juvenil descienden, o los compromisos familiares y existenciales aumentan, parece que lo de cada día va adquiriendo mayor presencia. Este cambio se puede vivir como una merma en la vida, una merma para ser uno mismo, etc. Pero quizá sea la gran oportunidad para descubrir la gran novedad del día a día. Y la gran novedad no está quizá en lo externo, sino en la nueva mirada que puedo ir adquiriendo sobre lo que me toca vivir.
En el día a día se viven las mismas realidades de siempre, pero puedo ir viendo que cada día trae algo diferente en mí y en los demás que va marcando el paso de la vida. Son cosas pequeñas pero significativas: un nuevo dolor, una nueva manera de mirar a la persona que quiero, un suceso inesperado al vecino de al lado, un olvido, un recuerdo olvidado, un nuevo amanecer irrepetible… Son las cosas de siempre pero que se dan una sola vez cada día. Para este cambio es necesario ejercitar la paciencia, esa virtud nada brillante pero que lo cambia todo, porque nos hace vivir de un modo nuevo, con mayor hondura y paz lo que aparentemente es lo de siempre, cada día.
Y desde la fe, el cada día es uno de los mayores motivos de agradecimiento a Dios por su amor de cada día.
Carta de Asís, diciembre 2025

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