Como dicen los lingüistas, Navidad y silencio es un oxímoron, una contradicción. A la Navidad parece irle mejor el bullicio, la alegría desbordante, el alborozo. Por eso, plantear una reflexión queriendo mezclar Navidad y silencio no parece la mejor opción.
Pero la cosa se complica cuando reconocemos, tras muchas Navidades vividas, que, con frecuencia, el ambiente festivo de las Navidades se queda en cosas muy superficiales (cantos, regalos, fiestas, etc.). Entonces brota la pregunta: ¿no será un camino para vivir de modo ahondado la encarnación recurrir a la vieja herramienta del silencio? ¿No se podrá entender y vivir mejor desde el silencio el “misterio abrupto” de la Navidad? ¿Puede tener recorrido plantear la Navidad como un itinerario de silencio?
Demasiado fácilmente decimos que el misterio de la encarnación es el silencio de Dios que habla en Jesús. Siendo esto así, ¿no será el silencio una buena propuesta para adentrarse en ese silencio de Dios? Y para escuchar al Dios que habla en el silencio ¿no será necesario bajar el nivel de ruido, de estímulos externos, de extroversión?
Quisiéramos plantear la Navidad de este año como un itinerario de silencio para ahondar más en la Navidad, para vivir con gozo la encarnación del Señor. No creemos estar fuera de onda con un planteamiento así. Para aceptarlo es preciso estar animado a adentrarse en los caminos de una fe adulta y cultivada. De lo contrario, esto no resultará. Que podamos entrar por las sendas de la Navidad desde la hermosa espiritualidad de un silencio habitado.
Fidel Aizpurúa, capuchino

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