miércoles, 16 de mayo de 2012

¡VIVIR DESDE LA CONCIENCIA DE LA MUERTE!

Vivir muchas veces no resulta nada fácil; son tantas y tantas las ocupaciones que llevamos a cabo a lo largo del día que rara vez tenemos tiempo para “detener el reloj” y pensar seriamente en todo eso que estamos viviendo. Inmersos en esa vorágine de activismo, asediados por toneladas de información, viviendo relaciones “a la carta” que no comprometen; todo eso hace que muchas veces perdamos la referencia y la conciencia de nuestro vivir y de todo aquello que nos rodea. La vida se convierte de este modo en la sucesión de los minutos, horas, días, años… sin la menor conciencia de hacia dónde encaminar nuestros pasos vitalmente. La vida se convierte en la “rutina del día a día” y nosotros, en autómatas de la monotonía. No parece fácil romper con todo eso y, sin embargo, no sólo es posible, sino, en muchas ocasiones, es lo que marca la diferencia entre una vida plena y una muerte a oscuras.

Y tal vez sea esa misma muerte la que nos posibilite romper con la rutina sin sentido.

Es muy probable que todos, o muchos, nos hayamos encontrado en algún momento de nuestra vida con la muerte de un ser querido, y tal vez haya sido ese momento el que nos ha hecho tomar conciencia, al menos por tiempo, no sólo de la brevedad de la vida, sino también ha permitido darnos cuenta de en qué estamos “malgastando” nuestro vivir. Permanecemos dormidos completamente más de la mitad de nuestro tiempo y, sin embargo, nos consideramos sabios y tenemos, sobre lo que nos rodea, un orden establecido que nos permite vivir la falsa ilusión de que todo funciona.

¡Hay que despertar! (y cuanto antes mejor). Invitar a la vida no es sólo una invitación a seguir respirando o latiendo nuestro corazón. Invitar a la vida es, en palabras de H. D. Thoreau, “marchar a los bosques para vivir sin prisas, para vivir intensamente y sorber todo el jugo a la vida. Abandonar todo lo que no sea vida, para que no descubramos, en el momento de nuestra muerte, que no hemos vivido”. Es hacer de cada minuto que vivimos, de cada día que amanece, de cada encuentro que tenemos… el último de nuestra vida, tal vez así, seamos capaces de vivir plenamente y de dar las gracias a Aquel que nos permite amanecer cada día. (Enrique García)



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