lo llevó almidonado hasta el sueño
transversal de un caballero sin dueño,
que hunde su espada sin remordimiento.
En el hondón de la angustia esperpento,
se forja un nuevo hombre de Paz, pequeño,
carne de evangelio en siglo de leño,
para fundir vértices sin aliento.
Y vio Dios su gran hermandad fraterna,
¡Espina de amor! para el Poverello.
Y su Pianticella..., una oración tierna.
Cruz en carne viva crucificada,
sonríe el siervo en “perfecta alegría”,
para morir en tierra enamorada.
Jesús Mª García
En este soneto, en honor de nuestro hermano Francisco, he intentado ir relatando poéticamente, en catorce versos, los hechos más significativos de su vida desde su conversión; una vida de un “SÍ-RADICAL” a la voluntad de Dios sobre él.
ResponderEliminarCon los cuatro primeros versos, intento describir la conversión de S. Francisco. Y lo hago tomando la idea del primer verso del “Cantar de los Cantares”, siguiendo la tradición espiritual de la mística esponsal que tiene como referencia a Orígenes, Gregorio de Nisa y la escuela cisterciense hasta Santa Clara.
Dios buscó a Francisco “hasta el sueño transversal de un caballero sin dueño” y lo encontró después de haber experimentado la vida. Riqueza, Fiestas, y deseos de grandeza y vanagloria. De ahí que el beso de Dios penetrase en Francisco como una “espada sin remordimiento”.
Nadie podrá poner en duda que cuando Dios busca al hombre y “lo besa”, provoca un descentramiento radical en el centro vital de la persona, que lo llamamos “conversión”, y que yo lo expreso con este verso del segundo cuarteto: “En el hondón de la angustia esperpento”. “Angustia esperpento” es esa desorientación dolorosa que parece absurda y sin explicación, que deja el “beso de Dios”. ¿Qué experiencia pudo tener S. Francisco en su enfermedad? Pero es ahí donde “se forja un nuevo hombre de Paz, pequeño / carne de evangelio en siglo de leño”. Este “siglo de leño” seco, es el siglo medieval que le tocó vivir a S. Francisco, tiempo de poder, riqueza y guerra. Él limó los “vértices sin aliento” saliéndose del siglo y dándole “aliento”, con el evangelio de Jesús de Nazaret, el Cristo, desde el beso de Dios. A partir de aquí, Dios le dio esa “cordillera de hermanos” donde Dios le bendecirá una vez más con “su Pianticella..., una oración tierna”.
La cumbre del amor de Dios en S. Francisco, supuso la semejanza con Jesús de Nazaret “crucificado”, la mística de la cruz en su propia carne: «Me sé de memoria a Jesucristo pobre y crucificado» Y Francisco, con la cruz de Jesús de Nazaret en su carne: “sonríe el siervo en “perfecta alegría”, /para morir en tierra enamorada”. Susurrando en su intimidad: «Dios mío, mi todo». Paz y bien. Jesús García.