Hay preguntas que nunca son respondidas definitivamente, sino que son un estímulo constante de la existencia. Entre esas preguntas se encuentra ésta formulada por Jesús: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”. Porque lo peculiar del cristiano y del cristianismo no es su ética, ni su filosofía e, iba a decir, ni siquiera su teología; lo peculiar del cristiano y del cristianismo es su vinculación “a un tal Jesús, llamado Cristo”, que muerto, ha resucitado y vive entre nosotros. Pero tal vinculación sólo podrá ser auténtica cuando hayamos clarificado quien es ese Jesús.
Cuando proliferan tantos retratos y tan dispares, esta pregunta es de palpitante actualidad. ¿Cuál es el verdadero rostro de Cristo? El nombre de Cristo ha servido a muchos y para muchas cosas... Tan peligroso es el olvido como el ruido; no sólo el polvo, también el oro pueden desfigurar u ocultar un rostro.
“Jesucristo es el mismo hoy, ayer y siempre” (Hb 13,8). Pero esta afirmación no pone el punto y aparte, y menos aún el punto y final a la pregunta. Cristo está por ver y por decir. Cada época y cada pensamiento se ha visto confrontado con esta “bandera discutida” (Lc 2,35). También la nuestra, en la que recientemente el interés por Jesús cristalizó en dos manifestaciones populares: la del Cristo superstar y la del Cristo guerrillero. ¿Dos caricaturas? ¿Dos verdades a medias? En todo caso dos imágenes que hablan de la significatividad de Jesús: el rostro joven, alegre y rejuvenecedor -Cristo superestar- , y el del que encarna la pasión por la justicia y la causa de los oprimidos -Cristo guerrillero-.
Pero en nuestra época -¿entre nosotros?- hay una tercera caricatura: la del Cristo aburrido de los aburridos; la de aquellos que a fuerza de decir que creen en él, se han habituado a él hasta olvidarlo prácticamente.
"¿Quién decís que soy?" Es una pregunta con doble dirección. ¿Quién decís vosotros que soy yo para vosotros? ¿Qué significo yo en tu vida? Y ¿quién decís que soy yo a los otros?
La primera nos llevará al campo de la oración, porque “nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6,44). El auténtico conocimiento de Jesús como Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6) no es una conquista humana, sino una gracia del Padre Dios. “Bienaventurado tú, Simón Pedro, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre” (Mt 16,7), contesta Jesús a la profesión de fe de san Pedro.
La segunda nos conducirá al campo del testimonio: porque ese Jesús conocido ha de ser testimoniado. No puede ser guardado como un tesoro oculto, sino mostrado como una luz que brilla para iluminar a todos los de casa.
“¿Quién decís que soy yo?” Es una buena pregunta, que espera respuesta de nuestra parte.
Domingo Montero
No hay comentarios:
Publicar un comentario