sábado, 19 de abril de 2014

SÁBADO SANTO

   Soy de nuevo yo, Tadeo, uno de los discípulos “oscuros” de Jesús. La noche del Sábado Santo fue terrible para nosotros. Todo era silencio, dolor, confusión, una nube negra. No sabíamos muy bien qué nos había pasado. Estábamos todavía inmersos en un torbellino de oscuridad del que no sabíamos salir. Ni Pedro con su vigor, ni Juan con claridad, ni Santiago con sus dotes de mando sabían dar una explicación a lo que nos había sucedido. Todos estábamos en silencio; las lágrimas asomaban a nuestros ojos. Alguien dijo, sollozando: “Lo dejamos solo, lo abandonamos”.
   Estábamos cerrados en una casa con las puertas bien atrancadas. Oíamos las voces que pasaban por la calle y creíamos que, en cualquier momento, vendrían a por nosotros. El miedo había instalado su campamento en nuestro grupo y en el alma de cada cual. ¿Cómo era posible que todo se hubiera venido abajo como un castillo de naipes? ¿Cómo vino a cumplirse con exactitud aquello en lo que no queríamos creer: “El hijo del hombre tiene que ser entregado…”? (Mc 9,30).
   El ambiente era asfixiante. Nadie dormía. Muy entrada la noche una mujer se levantó decidida y dijo: “Me voy al sepulcro”. Otras dos o tres se levantaron con ellas. Eran más valientes que nosotros. Su profundo amor era más vivo que el nuestro. Por eso su valor era mayor. Allí nos quedamos todos esperando. Y a las horas volvieron con algo que nos sobresaltó a todos: no estaba en el sepulcro. Y empezaron a hablar de luces, de apariciones y cosas así que nos llenaron de perplejidad.
   Pero el colmo del desconcierto fue cuando una de las mujeres formuló esta sospecha: “¿Y si estuviera vivo?” Y fue entonces Pedro quien, en medio de las lágrimas, lo dijo con toda claridad: “Está vivo”. Y os aseguro que una luz nueva empezó a caer sobre nosotros, sobre aquel grupo de desamparados. Algo dentro nos dijo que era cierto, que la muerte no podía ser más fuerte que el amor y que, por ello, quien amó tanto tenía que haberse sobrepuesto, de alguna manera, al zarpazo de la muerte.
   Vosotros sois muy creativos. Podrías pensar en un programa para vuestro ordenador o vuestro móvil: JESÚS ESTÁ VIVO. No está vivo de una manera rara, como se aparecen los fantasmas. Está vivo en todo acto de amor, en cualquier lugar donde se perdona, en las casas donde hay generosidad, en el corazón de quien es agradecido, en la amabilidad de quien se siente tocado por la necesidad del otro. Ahí sigue vivo.
   Cuando esta noche celebréis la Vigilia Pascual, más allá de las palabras, de los cantos, de los signos que creéis para dar vida a vuestra fe, la verdad es muy sencilla: Jesús sigue vivo en las vidas de quienes aman. Él deja el perfume de su presencia en esas vidas; su rastro se puede ver en los caminos compartidos con generosidad; su alegría aparece en las sonrisas y los abrazos que nos damos los humanos. Está vivo y quiere que todos nosotros vivamos. Eso es en el fondo lo que llamamos resurrección. Digámonoslo, ayudémonos unos a otros a creer de verdad en esto.

Pregúntate:
  • ¿Qué esperanzas nos ayudan a seguir adelante en los momentos de oscuridad, de fracaso?¿Crees que el amor es más fuerte que la muerte?
  • ¿Cómo sientes a Jesús vivo en tu camino personal?
  • ¿Cómo mirar la vida para que nos se nos pase desapercibida la presencia discreta de Jesús?
  • ¿Cómo colaborar a que el amor se mantenga vivo en nuestras relaciones, en nuestra casa, en nuestro estudio o trabajo, en nuestro pueblo o barrio, en nuestra parroquia?

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