Por eso nadie nos lo puede arrebatar ya nos ha sido concedido y constituye nuestra esencia, lo que más nos identifica. Eso que todos sabemos que es inmutable de nosotros mismos, es el Reino. Y lo más curioso es que no le pertenece a ningún grupo humano en particular, a ninguna religión o tendencia. Es esa parte de Dios que todos tenemos y que nos unifica.
No conociéndola del todo, cuando vivimos más fuera que dentro, creemos que con nuestras prácticas religiosas la podemos conseguir y más aún, la sentimos en peligro por si alguien nos la arrebata. De ahí que a veces nos comportemos como los que trabajan en el lagar y “asesinemos” aquello que nos llega como extraño y consideramos amenaza cuando en realidad es una riqueza.
Cierto es que hay que estar alerta como las vírgenes prudentes, pero hay cantidad de matices de otros pueblos, creencias o religiones que enriquecen nuestra espiritualidad y no hay necesidad de deshechar, al menos sin conocer primero de qué van.
Jesús vino a su viña y los suyos no lo recibieron y lo mataron. Vino al mismísimo centro de la historia de Israel, al corazón de su pueblo y lo asesinaron por no darle la oportunidad de al menos ver cómo podía vivir entre ellos. Sólo los que no estaban asidos a nada y tenían un espíritu libre y desapegado, supieron reconocer en Jesús al que venía a completar el perfil del Reino, que no estaba fuera sino dentro de cada uno.
Hace ya unos años, algo cambió en mi esencia y ese Dios que yo buscaba y creía haber encontrado más fuera que dentro, se me manifestó con fuerza y sin ataduras y me enseñó a integrar en mí todo aquello que antes creía una amenaza y ahora eran las mismas experiencias aunque con otros lenguajes. No era necesario matar, sino integrar, porque la esencia del Dios que me habita es mi propia esencia.
Por eso Francisco de Asís, del cual este fin de semana celebramos su fiesta, no quiso en ningún momento fundar ninguna orden. Libre como se percibía, sólo se dedicó a vivir el Reino , no a imponerlo ni a enjaularlo. Su propia vida fue un desapego total en el que todo le hablaba de Dios y le conectaba con Dios. No se creyó nuca el dueño del lagar, muy al contrario sabía en quién se había fiado y en esa intuición caminaba.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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