El verano es un tiempo que no siempre ni para todos es de descanso a pesar de tener vacaciones laborales, si es que se tienen éstas o se tiene trabajo para poder entonces tener vacaciones. La cuestión es que en un caso o en otro cuando llega ese tiempo en el que nos sentimos libres de obligaciones o al menos descargados de ellas, surgen de nuestra mente un montón de fantasmas que en modo alguno nos dejan disfrutar de ese tiempo, quizá porque no hemos aprendido a hacerlo o no nos lo permitimos el resto del año. Porque el tiempo de vacaciones no tendría que ser otro que el de descarga de actividades y el de reencuentro con todo aquello que nos hace sentirnos como en casa y ese sitio está en nosotros, en lo más profundo, en esa Morada Interior con la que todos contamos, de la que nos habla Santa Teresa y que a veces es tan extraña.
En nosotros existe siempre la necesidad de como Jesús “ir hacia la otra orilla”, porque es donde verdaderamente somos auténticos y estamos conectados con lo más profundo. Y es una invitación a hacerlo todo situándonos desde allí.
En este mismo sentido iría la invitación de Jesús a Marta cuando afanada en las mil tareas de la casa perdía la Presencia en ese momento en el que Jesús estaba presente a diferencia de su hermana María que sabía gustar del momento presente.
“Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado”, donde los juicios ya no tienen fuerza, donde no nos dejamos guiar por las expectativas, donde somos capaces de vivir desde el desarraigo. Ese es el estar que nos procura las verdaderas vacaciones.
En Taichi se trabaja mucho la sensación de “quietud en el movimiento y el movimiento sintiendo la quietud”, al fin y al cabo misma esencia que la experiencia de los místicos. Dice el I Ching, que es un libro oráculo e chino sobre la Verdad Interior: “Sobre el lago sopla el viento y remueve la superficie del agua. Así se manifiestan efectos visibles de lo invisible” y estaremos de acuerdo en que dependiendo de en la orilla en la que nos encontremos hasta nuestra propia cara reflejará la quietud o tensión que estemos viviendo.
Francisco de Asís fue un buen ejemplo de esta experiencia. Viviendo en la orilla de la fama, la guerra, la riqueza… Se presentaba como un muchacho tenso y un tanto desequilibrado. Su gran conversión fue el descubrir la riqueza del ser que le hizo situarse en una conexión tan profunda consigo mismo y con Jesús que hizo vida todo lo que le invadía por dentro.
Estamos llamados a hacer de nuestra vida unas eternas vacaciones viviendo en lo profundo desde la otra orilla. Y eso se logra con un gran entrenamiento que comienza por hacernos realmente presentes en nuestra vida, no dejando que las cosas nos zarandeen sino respirando todo lo que nos sucede.
“Entremos más adentro en la Espesura”, es la invitación de San Juan de la Cruz. “Vayamos a la otra orilla”, es la expresión de Jesús. ¿A qué esperamos?
CLARA LÓPEZ RUBIO
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