Es normal que a lo largo de la vida nos vayamos impregnando del polvo del camino y que nuestra materia original, “el barro con el que fuimos creados”, se vuelva con el tiempo una sustancia artificial que se ha visto modificada por la gran cantidad de apegos que poco a poco se van originando en nosotros. Solo una atención constante podría en mayor o menor medida librarnos de este proceso, aunque es muy difícil. Lo que sí está en nuestra mano es arrojar lo que ya no nos hace crecer, cortar lo que nos sobra y sacar lo que no es nuestro … Hacer del desapego nuestra forma de vida.
Quiero con ello darle la vuelta al evangelio de hoy, es decir poner la primera parte como última. Jesús aconseja tal y como es su experiencia deshechar todo aquello que aleja de la esencia. Creo que eso Él lo traduce como “escandalizar”. Con ello está colocando los cimientos para alejar de Él todo juicio hacia otros tipos de pensamientos y personas, por lo que entonces está preparado para “abrazar” cualquier fenómeno o acción que no necesariamente tenga que venir de su entorno más próximo.
Cuando se encuentra la verdadera esencia y dentro de unos puntos comunes en las distintas corriente de pensamiento o en las manifestaciones religiosas, no habrá diferencias sustanciales porque lo que une es interno. De ahí que Jesús no “entre al trapo” cuando le presentan a aquel que echa demonios en su nombre y no es de ellos: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.
Y sería conveniente cuestionarnos en nuestra vida personal y de cara a nuestras relaciones externas qué parapetos ponemos, qué barreras, a los que no sentimos que son de nuestro entorno porque Dios no tiene grupos ni tendencias ideológicas. “Dios es y basta”, como decía Francisco.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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