La confianza es un sentimiento básico que vamos aprendiendo desde que nacemos al escuchar la voz de nuestra madre, y ver su rostro, y el de todas las personas que nos quieren. Luego, en las distintas etapas de la vida, tendremos que aprender a confiar a pesar de que, en el recorrido vital que nos toque hacer no sea todo fácil.
En muchos momentos de la vida, con sus dificultades y decepciones nos llenamos más de miedo y de desconfianza. Nos cerramos sobre nosotros mismos y se impone el “sálvese quien pueda” tan típico de esta sociedad egoísta e individualista en la que vivimos, frente a una actitud de confianza en nosotros mismos y en los demás.
Porque, muchas veces también nos encontraremos personas o situaciones que hacen desaparecer nuestros recelos y nos llevan a la confianza en la posibilidad de una existencia plena y gratificante.
La confianza se aprende confiando y se confía cuando, humildemente, se reconocen las dificultades en las relaciones, así como la necesidad de confiar en los otros para vivir.
Aprendemos a confiar cuando vamos conociendo a las otras personas con las que nos relacionamos y que, a pesar que muchas veces no cumplen las expectativas, siguen estando cerca de nosotros en los momentos más necesarios.
La confianza es ese modo de estar en la vida que nos lleva a vivir con la libertad necesaria para no querer controlar nuestra existencia, ni la de los demás. Confiar es vivir abierto a los demás siendo solidarios con los otros, compartiendo vida, medios, tiempo… para hacer un mundo más justo.
Para aprender a confiar tenemos un maestro muy especial: Jesús. Él con su ejemplo y su acogida nos dice que podemos descansar en Él plenamente y, con Él, llevar a cabo la instauración de su Reino de justicia y solidaridad en este mundo.
Carta de Asís, septiembre 2015
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