No es fácil ser fieles. Ni con los demás ni con nosotros mismos. ¡Es tan difícil controlar nuestro corazón! ¿Quién domina este corazón que, cuando menos lo espera uno, muestra unos quereres que no corresponden con todo lo anterior? Llegamos a decirnos a nosotros mismos: “Ojalá que nadie me vea por dentro, porque vería un corazón infiel.”
Lo cual nos lleva a confesar que no podemos pretender fundamentarnos en la coherencia de una fidelidad intachable, sino en la humildad de quien se sabe frágil y por ello mismo busca no perderse en sus propias trampas ni en sus propios intereses. Sabiéndonos frágiles buscamos ayuda, buscamos apoyos, para así poder caminar mejor en verdad y en fidelidad.
Pedimos ayuda a personas de confianza, y pedimos ayuda a Dios para que nos ayude a vivir en fidelidad, para que nos ayude a seguir confiando en Él en medio de nuestras flaquezas, de nuestras resistencias. Y así ir descubriendo que el gran tesoro, su amor incondicional, lo llevamos en vasijas de barro; ir descubriendo que aunque nosotros no seamos fieles, Él siempre permanece fiel. Y eso es precisamente lo que nos lleva a querer serle fieles.
Carta de Asís, agosto 2017
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